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Voto de Jordirozsa:
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Terror. Ciencia ficción
¿Qué pasaría si un niño de otro mundo aterrizara de emergencia en la Tierra, pero en lugar de convertirse en un héroe para la humanidad fuera algo mucho más siniestro? (FILMAFFINITY)
13 de junio de 2021
25 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
La productora H Collective, por mano de James Gunn, parece apostar por un producto que hibrida,principalmente dos géneros cinematográficos: el de terror, que así es como nos aparece catalogada la película, con el fantástico de super héroes. Dentro del género de terror, además, podemos hallar trazas de varios subgéneros, en múltiples referencias o guiños en los que identificar otras producciones, algunas de ellas de culto: desde el asesinato en serie, pasando por el “gore” sanguinolento, el infante psicópata y asesino, hasta el arquetipo de la esencia del mal encarnado.
Con esta operación, como utilizando una fórmula matemática con la que mezclar ingredientes de varias recetas para recombinar un nuevo cóctel, se gestó “Brightburn”, que por lo menos comercialmente dio sus frutos, ya que los seis millones de dólares de presupuesto con que se levantó el filme se recuperaron con creces en taquilla, donde se recaudaron más de treinta y tres.
Asimismo, la recepción de la crítica, aunque algo dispar, otorga a esta producción una generosa calificación media en diferentes medios y plataformas de cine, sobretodo por parte de la audiencia.
Y es que, a parte de jugársela, porque el combinar dos categorías narrativas diferentes no tiene porque garantizar el éxito, aunque por separado cada una tenga su constelación de incondicionales, el director David Yarovesky aplica un arriesgado juego de inversiones en el simbolismo del argumento, que requiere un cierto nivel de pericia para que el resultado sea mínimamente digno.
Con apenas media docena de cintas en el zurrón , el joven realizador no deja de ser un envite para los que sueltan la pasta, pero esto suele ser común en el mundo de la empresa norteamericana. Para ellos, fue suficiente el éxito de “Hive” (2015), en la que Yarovesky ya hizo algo similar.
Lo que asomará finalmente en la pantalla, aún contando que tendrá sus detractores, abarca el interés (por lo menos), de un considerable espectro de afines, que no dejarán de ver algo original en línea del tipo de ficción de qué más gustan.
Además, como suele ocurrir en los pubs más arregladitos, el cubata se nos sirve con sus cubitos, y un toque especiado que le da el sarcástico tono subyacente, bastante visible en varios momentos del desarrollo de la trama; el barniz de humor negro que resaltan no pocas escenas, es una de las características que pueden despertar nuestra simpatía hacia los personajes y las situaciones que viven. Incluso en la que uno de los policías que acuden a inspeccionar la casa de Brandon acaba como si un “velociraptor” se lo hubiera trincado, dejándolo todo perdido de vísceras, esconde en su horripilante (y asquerosilla) apariencia, ese punto de cruel sadismo satírico, para conectar con la vena sociópata de cada espectador.
La fotografía toma unos encuadres bastante reducidos de las localizaciones espacio temporales, y ello obliga a un cierto esfuerzo de extrapolación mental, para dar continuidad al todo del “set” en el que se circunscribe la acción; sus límites se ciñen a la tramoya formada por una pequeña localidad estadounidense, y a sus forestales entornos.
Hay que reconocer que la mano de Michael Dallatorre sabe sacar luminosos y coloridos planos de los bosques y parques del pueblo donde se sucede todo, en contraste con las sombrías secuencias nocturnas de las que reviste las fechorías de Brandon, y la premonición de su advenimiento.
La partitura original de Tim Williams, más potente que inquietante, otorga peso específico al dramatismo, hasta el punto de darle demasiado portento sobre lo modestos o más simples que son otros aspectos. A nivel extradiegético, los efectos de las cuerdas, el metal y la percusión, así como algunos de sintetizador, son los que cargan con el peso de la misión de crear y mantener una atmósfera inquietante y aterradora. En los títulos de crédito finales, y más a nivel diegético, la canción “Bad Guy” de Billie Eilish es la que tiene el cometido de recordarnos ese carácter ácido y socarrón con el que se nos cuenta lo malvado que ha sido (y será… ) nuestro angelito Brandon. A todo esto, he visto el videoclip original de esta canción, y su imagen transmite exactamente ese mismo valor irónicamente apologético del travieso, aspirante a gamberro (musicalmente horrorosa).
En general, los personajes están bien construidos, y las relaciones entre ellos son el centro de gravedad alrededor del que se teje el argumento. Sin duda, el núcleo de la fuerza de atracción hacia la cinta es el tan temible, como a veces estrafalario, Brandon; si ominoso y espeluznante se muestra cuando fulmina con su mirada, se convulsiona como poseído de una fuerza externa maligna en el granero, o le rebotan las balas ante la desesperada mirada impotente de su padre, incomprensiblemente ridículo y chocarrero se antoja con el atuendo que usa para mostrarse en acción de sus trastadas (a excepción de cuando atiza a sus compis de cole).
Elisabeth Banks (Tori, madre de Bryan), con una carrera que se remonta hasta 1999, con títulos reconocidos en sus espaldas, ya sea como prota o como secundaria (Los Juegos del Hambre, La Cumbre, Presencias Extrañas, Los Próximos Tres Días,…), en el papel de madre devota, fiel y protectora hasta lo inconcebible de su hijo, es el segundo puntal sobre el que se sostiene la interpretación, cerrando el triángulo de los principales un menos conocido David Denman, que hace un notable esfuerzo para resultar creíble en la posición de un padre con el que nos identificamos en su paulatino descubrimiento de lo que es su “hijo”, a la par que sus temores se van convirtiendo en mortal pesadilla.
El resto, poco aportan a la cinta, tanto por su efimeridad en la historia, como por lo poco convincente que alguno resulta (por ejemplo Becky Wahlstrom, que interpreta a la malograda madre de Erica Connor, compañera de escuela de Brandon, hacia la que éste vierte un interés amoroso, pero demostradamente malsano y posesivo).
Con esta operación, como utilizando una fórmula matemática con la que mezclar ingredientes de varias recetas para recombinar un nuevo cóctel, se gestó “Brightburn”, que por lo menos comercialmente dio sus frutos, ya que los seis millones de dólares de presupuesto con que se levantó el filme se recuperaron con creces en taquilla, donde se recaudaron más de treinta y tres.
Asimismo, la recepción de la crítica, aunque algo dispar, otorga a esta producción una generosa calificación media en diferentes medios y plataformas de cine, sobretodo por parte de la audiencia.
Y es que, a parte de jugársela, porque el combinar dos categorías narrativas diferentes no tiene porque garantizar el éxito, aunque por separado cada una tenga su constelación de incondicionales, el director David Yarovesky aplica un arriesgado juego de inversiones en el simbolismo del argumento, que requiere un cierto nivel de pericia para que el resultado sea mínimamente digno.
Con apenas media docena de cintas en el zurrón , el joven realizador no deja de ser un envite para los que sueltan la pasta, pero esto suele ser común en el mundo de la empresa norteamericana. Para ellos, fue suficiente el éxito de “Hive” (2015), en la que Yarovesky ya hizo algo similar.
Lo que asomará finalmente en la pantalla, aún contando que tendrá sus detractores, abarca el interés (por lo menos), de un considerable espectro de afines, que no dejarán de ver algo original en línea del tipo de ficción de qué más gustan.
Además, como suele ocurrir en los pubs más arregladitos, el cubata se nos sirve con sus cubitos, y un toque especiado que le da el sarcástico tono subyacente, bastante visible en varios momentos del desarrollo de la trama; el barniz de humor negro que resaltan no pocas escenas, es una de las características que pueden despertar nuestra simpatía hacia los personajes y las situaciones que viven. Incluso en la que uno de los policías que acuden a inspeccionar la casa de Brandon acaba como si un “velociraptor” se lo hubiera trincado, dejándolo todo perdido de vísceras, esconde en su horripilante (y asquerosilla) apariencia, ese punto de cruel sadismo satírico, para conectar con la vena sociópata de cada espectador.
La fotografía toma unos encuadres bastante reducidos de las localizaciones espacio temporales, y ello obliga a un cierto esfuerzo de extrapolación mental, para dar continuidad al todo del “set” en el que se circunscribe la acción; sus límites se ciñen a la tramoya formada por una pequeña localidad estadounidense, y a sus forestales entornos.
Hay que reconocer que la mano de Michael Dallatorre sabe sacar luminosos y coloridos planos de los bosques y parques del pueblo donde se sucede todo, en contraste con las sombrías secuencias nocturnas de las que reviste las fechorías de Brandon, y la premonición de su advenimiento.
La partitura original de Tim Williams, más potente que inquietante, otorga peso específico al dramatismo, hasta el punto de darle demasiado portento sobre lo modestos o más simples que son otros aspectos. A nivel extradiegético, los efectos de las cuerdas, el metal y la percusión, así como algunos de sintetizador, son los que cargan con el peso de la misión de crear y mantener una atmósfera inquietante y aterradora. En los títulos de crédito finales, y más a nivel diegético, la canción “Bad Guy” de Billie Eilish es la que tiene el cometido de recordarnos ese carácter ácido y socarrón con el que se nos cuenta lo malvado que ha sido (y será… ) nuestro angelito Brandon. A todo esto, he visto el videoclip original de esta canción, y su imagen transmite exactamente ese mismo valor irónicamente apologético del travieso, aspirante a gamberro (musicalmente horrorosa).
En general, los personajes están bien construidos, y las relaciones entre ellos son el centro de gravedad alrededor del que se teje el argumento. Sin duda, el núcleo de la fuerza de atracción hacia la cinta es el tan temible, como a veces estrafalario, Brandon; si ominoso y espeluznante se muestra cuando fulmina con su mirada, se convulsiona como poseído de una fuerza externa maligna en el granero, o le rebotan las balas ante la desesperada mirada impotente de su padre, incomprensiblemente ridículo y chocarrero se antoja con el atuendo que usa para mostrarse en acción de sus trastadas (a excepción de cuando atiza a sus compis de cole).
Elisabeth Banks (Tori, madre de Bryan), con una carrera que se remonta hasta 1999, con títulos reconocidos en sus espaldas, ya sea como prota o como secundaria (Los Juegos del Hambre, La Cumbre, Presencias Extrañas, Los Próximos Tres Días,…), en el papel de madre devota, fiel y protectora hasta lo inconcebible de su hijo, es el segundo puntal sobre el que se sostiene la interpretación, cerrando el triángulo de los principales un menos conocido David Denman, que hace un notable esfuerzo para resultar creíble en la posición de un padre con el que nos identificamos en su paulatino descubrimiento de lo que es su “hijo”, a la par que sus temores se van convirtiendo en mortal pesadilla.
El resto, poco aportan a la cinta, tanto por su efimeridad en la historia, como por lo poco convincente que alguno resulta (por ejemplo Becky Wahlstrom, que interpreta a la malograda madre de Erica Connor, compañera de escuela de Brandon, hacia la que éste vierte un interés amoroso, pero demostradamente malsano y posesivo).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Los actores de reparto van dando el pego, sobretodo Matt L. Jones, (amigo del padre de Brandon), y Meredith Hagner (hermana de Tori, y psicóloga orientadora de la escuela dónde va éste).
El guión arranca la historia con brío, generando intriga e inquietud: no sabemos que deparará a estos desesperados padres por tener un vástago, con la “milagrosa” e inesperada llegada de lo que les cae del cielo (valga la redundancia). La forma en que Brandon llega, nos retrotrae a la historia de Superman: mismo contexto, ambiente rural… por lo tanto ahí ya intuimos parte de lo que vendrá, sólo que invertido en el orden de la naturaleza del legendario superhéroe.
Una fase inicial nos enseña como Kyle y Tori Breyer se dejan la piel para educar con todo su esmero a este regalo venido de vete a saber donde (véase la escena del cumpleaños, en la que el padre se niega a que le regalen una escopeta al niño, cosa por otra parte socialmente aceptada en la cultura de aquella parte de yanquilandia).
Pero el caso es que nuestro “garbancito”, poco a poco, se va convirtiendo en un potencial monstruo, autor de las más deleznables canalladas, haciendo gala de una maldad sin freno en su desparpajo; en la meseta central de la trama, asistimos a una consecución de desmanes, que además va in crescendo, desde romperle la mano a la que se supone que le pone (yo tenia entendido que a las chicas se les “pedía la mano”, no se les rompía), hasta cargarse al marido de su tía de la manera más cruel y despiadada (luego hará lo propio con sus progenitores).
Ya ven pues, que la cosa como que acaba con las ganas de criar peques…
En la recta final, asistimos con el mismo desespero del padre intentando convencer a la madre sobreprotectora de que su hijo no es lo que ella cree, y a la impotencia y espanto de ver que el intento de “sacrificar” a la criatura de un tiro “por el bién de todos”, acaba con la bala rebotando (está claro que el canijo tiene superpoderes), y el triste final del desdichado Kyle.
Claramente referenciando a Superman, la madre descubre que el metal de la “cápsula” o “nave” en la que aterrizó Brandon, es lo único que lo puede lastimar. Pero ese metal acaba clavado en ella, y el muchacho, en un ascenso ritual bajo el cielo nocturno, la eleva como cuando Lois es subida por su amado héroe, pero no para volar con ella, sinó para soltarla i rematarla del tortazo, como un quebrantahuesos. Gran poder evocador tiene este final, pero con resultados diferentes, por obvias razones.
Este paralelismo inverso con la figura de Superman, lo tenemos analógico en la figura del Damien de “La Profecía”…: todos los que intentan neutralizarle (por lo menos en las dos primeras entregas), acaban muertos, y él se va de rositas del pifostio.
La pieza de metal con la que Tori intenta acabar con la vida de su hijo, es a “Brightburn” lo que las Siete Dagas son a “La Profecía” y “La Maldición de Damien”, que acaban, o sin usarse, o clavadas en el vientre equivocado. En fin, que no hay piedad ni misericordia para los que no se apuntan al carro del malo, llamémosle Brandon o Damien.
A la par, resulta evidente, no hace falta que Sherlock Holmes saque la lupa para ello, que la figura del antes mencionado Superman, bebe descaradamente del mito del Mesías del Cristianismo. O acaso no es bastante análoga la historia de Jesús de Nazaret? (alguien que viene milagrosamente del cielo, con superpoderes con los que ayuda a los demás).
Supermán es a Cristo, lo que Brandon es al Anticristo; o, visto de otra manera, Brandon es la inversión de Supermán, como figura invertida del Cristo es el Anticristo. Al final, un bonito cuadro de referencias de las que se sirve David Yarovesky para elaborar su receta, que de calle puede confiar en que el público la despache sin remilgos, ya que está incrustada en el imaginario colectivo de todos (eficacia probada).
Así, pues, si os van las matemáticas, resolvemos esta regla de tres: … “equis” igual a: “Anti Supermán”.
El guión arranca la historia con brío, generando intriga e inquietud: no sabemos que deparará a estos desesperados padres por tener un vástago, con la “milagrosa” e inesperada llegada de lo que les cae del cielo (valga la redundancia). La forma en que Brandon llega, nos retrotrae a la historia de Superman: mismo contexto, ambiente rural… por lo tanto ahí ya intuimos parte de lo que vendrá, sólo que invertido en el orden de la naturaleza del legendario superhéroe.
Una fase inicial nos enseña como Kyle y Tori Breyer se dejan la piel para educar con todo su esmero a este regalo venido de vete a saber donde (véase la escena del cumpleaños, en la que el padre se niega a que le regalen una escopeta al niño, cosa por otra parte socialmente aceptada en la cultura de aquella parte de yanquilandia).
Pero el caso es que nuestro “garbancito”, poco a poco, se va convirtiendo en un potencial monstruo, autor de las más deleznables canalladas, haciendo gala de una maldad sin freno en su desparpajo; en la meseta central de la trama, asistimos a una consecución de desmanes, que además va in crescendo, desde romperle la mano a la que se supone que le pone (yo tenia entendido que a las chicas se les “pedía la mano”, no se les rompía), hasta cargarse al marido de su tía de la manera más cruel y despiadada (luego hará lo propio con sus progenitores).
Ya ven pues, que la cosa como que acaba con las ganas de criar peques…
En la recta final, asistimos con el mismo desespero del padre intentando convencer a la madre sobreprotectora de que su hijo no es lo que ella cree, y a la impotencia y espanto de ver que el intento de “sacrificar” a la criatura de un tiro “por el bién de todos”, acaba con la bala rebotando (está claro que el canijo tiene superpoderes), y el triste final del desdichado Kyle.
Claramente referenciando a Superman, la madre descubre que el metal de la “cápsula” o “nave” en la que aterrizó Brandon, es lo único que lo puede lastimar. Pero ese metal acaba clavado en ella, y el muchacho, en un ascenso ritual bajo el cielo nocturno, la eleva como cuando Lois es subida por su amado héroe, pero no para volar con ella, sinó para soltarla i rematarla del tortazo, como un quebrantahuesos. Gran poder evocador tiene este final, pero con resultados diferentes, por obvias razones.
Este paralelismo inverso con la figura de Superman, lo tenemos analógico en la figura del Damien de “La Profecía”…: todos los que intentan neutralizarle (por lo menos en las dos primeras entregas), acaban muertos, y él se va de rositas del pifostio.
La pieza de metal con la que Tori intenta acabar con la vida de su hijo, es a “Brightburn” lo que las Siete Dagas son a “La Profecía” y “La Maldición de Damien”, que acaban, o sin usarse, o clavadas en el vientre equivocado. En fin, que no hay piedad ni misericordia para los que no se apuntan al carro del malo, llamémosle Brandon o Damien.
A la par, resulta evidente, no hace falta que Sherlock Holmes saque la lupa para ello, que la figura del antes mencionado Superman, bebe descaradamente del mito del Mesías del Cristianismo. O acaso no es bastante análoga la historia de Jesús de Nazaret? (alguien que viene milagrosamente del cielo, con superpoderes con los que ayuda a los demás).
Supermán es a Cristo, lo que Brandon es al Anticristo; o, visto de otra manera, Brandon es la inversión de Supermán, como figura invertida del Cristo es el Anticristo. Al final, un bonito cuadro de referencias de las que se sirve David Yarovesky para elaborar su receta, que de calle puede confiar en que el público la despache sin remilgos, ya que está incrustada en el imaginario colectivo de todos (eficacia probada).
Así, pues, si os van las matemáticas, resolvemos esta regla de tres: … “equis” igual a: “Anti Supermán”.