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España España · Castellvell del Camp
Voto de Jordirozsa:
6
Terror Un grupo de amigos descargan una aplicación para el móvil similar a Siri. Pero lo que parece un inofensivo sistema para obtener direcciones y recomendaciones de restaurantes esconde una siniestra naturaleza. La aplicación no solo es capaz de conocer los miedos más secretos y ocultos de una persona, sino que además es capaz de manifestarlos en el mundo real hasta lograr matar de miedo a los niños. (FILMAFFINITY)
10 de diciembre de 2022
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La película de los hermanos Abel y Burlee Vang explota el terror generado en el desconocido campo de las redes sociales. La realidad virtual de este espacio es un infinito laberíntico de conexiones, entramados e incógnitas que bien podría compararse a algo como el mismísimo infierno; un lugar que, de existir físicamente, haría dudar al más envalentonado de arrojarse a sus entrañas. Por lo menos, desde la perspectiva del ciudadano de «a pie», el mundo del interné se concibe enrevesado, indescifrable y enigmático, y por encima de él todas las estructuras socioeconómicas y de poder que en él se sostienen.

Para todos aquellos que tenemos los pies en tierra, nos basta que el nivel de desarrollo de la tecnología en los últimos veinte años sirva para comunicarse más fácilmente, y ello incluye poder llamar a una pizzería para que traigan la cena a casa. Personalmente, prefiero hacerlo yo mismo, y no confiar la tarea, por lo que pueda ser, a esa tan solícita “Siri”, que parece hacer de todo menos satisfacer las necesidades socioafectivas de uno (cuando le pides «Siri, dame un beso», responde: «no puedo hacer eso»; ¡pues ya me dirán para qué sirve!).

En «Bedeviled» nos hallamos en un contexto, en el que parece que varios de sus protagonistas, especialmente nuestro avispado Cody (Mitchell Edwards), no están demasiado dispuestos a saber prescindir de las comodidades que proporcionan las famosas «apps», y por ello se les cuela sin demasiada complicación, en sus dispositivos, algo que, si en un principio parece ser un facilitador de la existencia, podrá acarrearles el fin de la suya propia.

Los realizadores no demuestran tener demasiada idea (por lo menos no lo demuestran en las pueriles lógicas que aplican en el guion) de lo que es y cómo funciona el mundo de la información. Seguramente no deben ser, por lo menos en el momento de producir el filme, ingenieros en «telecos». Toda la jerga que emplean las figuras dramáticas a lo largo del metraje, en su mayoría no son más que juegos léxicos con los que colar al ingenuo espectador, con toda la glosa empleada, principalmente en la última escena, una fictícia e insustancial trama que pretende tener su base en los fenómenos digitales. Una fachada con la que abducir a ese público diana joven que, en esta época, vive con, por, para… (y todas las preposiciones que quieran ustedes añadir) los cacharros variopintos que, los de mi generación, aunque hayamos aprendido a depender de ellos, sabemos lo feliz que también se podía vivir (especialmente en la infancia y en la adolescencia), en un tiempo en el que no existían.

En este punto, la historia de los Vang Brothers juega sus cartas a un arma de doble filo: el engarce de nuestras nuevas generaciones con las nuevas tecnologías, y, a la par, una crítica a ello, pero que por desgracia no pasa del grado de tentativa. Defecto que compartirá con otras múltiples producciones parejas que han ido pasando por nuestras pantallas, como la de Justin Dec, «Countdown», que vendría tres años después (2019) con la misma monserga.

Aun partir de una interesante premisa, el argumento no arranca. Está muy subdesarrollado, y la trama se limita de nuevo a ser una sucesión de adolescentes liquidados, aunque sin ir a la técnica del conteo; los mantiene a todos en escena durante casi todo el acto central de la película, para disponer de un clima de tensión postizo, y así poder robar engañosamente la función atencional de los espectadores.

Los Vang huyen de los estereotipos de este estilo de películas («Final Destination», 2000 – 2011), pero a cambio deja una colección de personajes huecos con los que no se empatiza lo suficiente. Una pandilla de cinco, tres chicos y dos chicas (con actores de veinticinco para arriba en la representación de pubescentes, y, como está mandado, siguiendo los dictados de la doctrina imperante, en comité de representación de la multiracialidad global, como en un anuncio de la UNICEF), quienes a pesar de que la maldita aplicación se alimenta de los miedos ancestrales de cada uno de ellos, no se profundiza en sus realidades particulares más allá de lo circunstancial de la trama.

Por ello, a la audiencia le resultará difícil o complicado mantener un vínculo con lo que les suceda, y para mantener el desasosiego se recurre a los golpes de efecto sonoros de la partitura de Davic C. Williams, cuyas oportunas estridencias, coincidentes también con la impresión visual de las apariciones de los maquillados títeres (para algunos de los cuales se acabó el presupuesto del «making up») sazonan un tiempo de ejecución bastante lento, como un picante que convierte un guiso en algo prácticamente incomestible.

La combinación de tonos en la iluminación quita enteros a la calidad de la fotografía: un exceso de predominancia de la oscuridad y pálidos tonos azulados que, sin ninguna lógica de continuidad, discordan en varias ocasiones con un espectro de coloración cálida en el frente del plano. Dando la sensación de que estamos viendo la película con unas lentes progresivas de filtro cromático.

Los técnicos de cámara demuestran una gran torpeza en la implementación de tomas inusuales, principalmente en presencia de las apariciones malignas que persiguen a los protagonistas, en una intención de dar un toque onírico a tales visiones. Un recurso que se emplea de la manera más mísera e incompetente que se les podía ocurrir. Lo que delata una dejadez en el trabajo realizado, o flagrante inexperiencia que confiere a la imagen un aire grotesco.

Sin embargo, hay que meritar a la labor del cinematógrafo Jimmy Jung Lu el obsequio de bellas tomas en algunas de las escenas diurnas, en las que sabe manejar la luz del sol e incorporarla al contenido del ambiente. Así como la secuencia de la persecución de Cody en el área del aparcamiento, en el que la cámara se ubica en la óptica de un «supuesto» atacante, como si quisiera augmentar en el espectador la angustia anticipatoria de ver al chico
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
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