Las cosas que uno puede esperar de una serie están en esta de una manera convincente, a veces, hasta descarada. Los buenos, los malos, la intriga, el amor, el drama carcelario, el propósito de una fuga, la lucha contra la injusticia. Es una de las series más imaginativas de la historia y, por lo mismo, de las más entretenidas. Todos los capítulos están sustentados sobre la dinámica de dejarnos a los espectadores queriendo más. Eso es bueno advertirlo, porque precisamente genera un impulso de felicidad, como si nos inyectara dopamina y nos pusiera a sufrir frente a lo que puede ser el próximo capítulo. Ese es un mérito narrativo que pocas historias logran tener, bien que puede ser también la vocación de pocas.
Hay que ver Prison Break porque nos invita a convivir con un genio, Michael Scofield, y a ver los detalles de la vida carcelaria de otra manera. Inteligente, bien hecha, astuta y macabra, Prison Break es un deleite... Lo único que se echa de menos es su caída en las temporadas posteriores a la segunda.