De los últimos personajes que ha tenido Woody Allen como protagónicos, ninguno como este Gil Pender (Owen Wilson) para evidenciar el retrato que hace el director neoyorkino de sí mismo. Es fácil ver en Pender los gestos, los acentos, la forma de amar y de sorprenderse con la existencia que hicieron famoso a Woody Allen cuando protagonizaba sus propias historias de amor. Sin embargo, aquí la historia de amor está en el arte, en los seres admirados por Allen.
Ante las veleidades de una novia a la que le suena lo snob y la bisutería, Pender se ve envuelto en el ensueño de vivir en la época en la que podía darse un respiro con grandes leyendas de la vida parisina. Hemingway, Dalí, Buñuel, Picasso, Gertrude Stein, Djuna Barnes, Scott Fitzgerald, desfilan por aquí con un aura de encanto que a cultos e ignaros puede enamorar. Esa es la virtud de Allen, acercar a la vida cotidiana la cotidianidad de la genialidad.