Casi desde el principio (spoilers), la película advierte al espectador que será distinta a las dos anteriores, menos frívola o despreocupada, menos exaltada, más madura. Es consciente de que en 25 años (la primera entrega data del año 1995), el cine de acción ha cambiado bastante, que tiene que ofrecer un producto más actualizado. Pero lo hace sin renunciar a la esencia de la saga, ofreciéndole a los espectadores, al mismo tiempo, parte de lo que esperan encontrar.

De ahí que la película navegue constantemente entre dos aguas, por un lado mantiene el tono de comedia de sus predecesoras, fundamentalmente en los diálogos y en la ínclita relación que mantienen sus protagonistas, pero por otro trata de otorgarle un barniz más grave, menos infantil: una especie de halo de profundidad, con toques incluso de tragedia clásica. Mantiene sus tiroteos llenos de balas y pirotecnia, pero todo en un contexto más dramático.

Esa rara mezcla no acaba de cristalizar en algo destacable, pero sí que consigue mantener cierto equilibrio entre la parte más cómica, en la que los protagonistas parece que son los mismos de hace 25 años, y la más trágica, que presenta unos personajes más cambiados, por más que a veces el contraste es tan grande que chirría un poco.

Está rodada con mucho oficio, por dos directores que parecen más que competentes, con unos diálogos cuidados, incluso ingeniosos; todo dentro de un ritmo ágil.

En algún aspecto es mejor que las dos primeras entregas, con un acabado final más elaborado, pero con menos carisma, sin la vitalidad ni la frescura de sus antecesoras.