Es un hecho más que contrastado, que desde hace ya algunos años, el pesado engranaje del planeta cine gira de forma descarada, para contentar los gustos de los que, como un servidor, se encuentran cerca o han sobrepasado ya la cuarentena, un espectro de edad, que siempre ha gozado de las mejores ventajas que el mundo del espectáculo suele ofrecer.

Precisamente, si existe un realizador cuya vocación para el entretenimiento sea algo más que un mero objetivo, ese es sin duda Steven Spielberg, responsable de haber hecho soñar a varias generaciones con su indiscutible talento para la magia y el mejor sentido de la aventura, factores que vivieron su mejor momento en los albores de la década de los 80, un periodo prodigioso para el cine, extendido durante varios años, y beneficiado por esa libertad creativa, de la que el propio Spielberg hizo gala en muchos de sus mejores trabajos como director y productor, algo que le valió el título de Rey Midas de Hollywood.

Con todo el derecho a explotar el material que ofrece el best seller homónimo de Ernest Cline, Spielberg se embarca en una nueva y particular odisea, que contempla un sinfín de referencias de la cultura popular de aquella época prodigiosa, vaticinando esa realidad tan cercana, en la que el planeta se habrá convertido en un auténtico estercolero, y solo nos quedaran los refugios virtuales como válvula de escape a los horrores de la vida cotidiana.

Era esperado por tanto, que los videojuegos y la música encontraran su lugar en la película, es por eso, que la sorpresa se halla en el carácter cinéfilo que Spielberg es capaz de aportar a un trabajo, que puede presumir de haber rendido un más que sentido homenaje al maestro Stanley Kubrick, sin duda el candidato perfecto para ser considerado el mejor realizador de todos los tiempos.

El resto de esas mencionadas referencias, se atribuye a una verdadera montaña rusa de imágenes icónicas, que transitan, a veces casi sin descanso, desde los muy reconocibles, como es el caso de 'Regreso al Futuro', a los huevos de pascua rebuscados, y por tanto mucho más satisfactorios, como cuando extiende su visión sobre 'Excalibur' de John Boorman, de la que no solo recoge el nombre de Percival para definir al Avatar de su protagonista, sino que se atreve a recitar el propio Conjuro de la Creación, como punto de relativa importancia dentro de su peculiar desarrollo argumental.

Por contra, la incapacidad de unificar de manera convincente los dos espectros que contemplan al film, se plantea como un defecto en la consistencia del mismo bastante acusado, resulta evidente que Spielberg se encuentra más cómodo en el mundo virtual de Oasis, pero comete un grave error, descuidando el discurso distópico que debería acompañar a cualquier relato futuro que se precie, mostrado aquí con un enfoque endeble y que apenas araña la superficie de tan celebrado subgénero de la Ciencia Ficción.

En los apartados técnicos, destaca la presencia en la Banda Sonora de Alan Silvestri, más habitual de Robert Zemeckis que de Spielberg, pero fundamental aquí, - y que nos perdone un agotado y anciano John Williams - para mostrar un universo de fantasía emocional que sin duda le pertenece, en un regreso al pasado, desde el futuro, destinado a completar uno de los indiscutibles hallazgos del film.

Finalmente, este exuberante viaje se nutre de la nostalgia y del entusiasmo que le imprime su mítico realizador, un niño de 70 años, capaz de convencer y contagiar a la mayoría como ha hecho desde hace algo más de cuatro décadas como cineasta, y solo con eso, este es un título que podría obtener la consideración de película de culto con el tiempo, por mucho que su narrativa sea inconexa, atropellada, e incluso impersonal en muchos de sus pasajes, algo que se demuestra en el casi nulo margen interpretativo de unos personajes del todo descuidados, defectos todos ellos, que seguramente importaran muy poco a los que simplemente, pretendan disfrutar de forma sencilla y despreocupada de tan vistoso vehículo de fantasía.



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