Alfred Hitchcock alcanzó el cenit de su carrera con esta prodigiosa película, técnicamente sublime, una obra maestra descomunal que ejerció una incalculable influencia en buena parte del cine hecho con posterioridad, especialmente en el género de terror psicológico.

La primera mitad de la película resulta portentosa, con el protagonismo de Janet Leigh, su huida con el dinero robado (buen ejemplo de clásico mcguffin hitchcockiano), su llegada al Motel Bates y su tirante interacción con Anthony Perkins.

El genio londinense demuestra un dominio absoluto de la técnica, del lenguaje y de la narrativa cinematográfica, consiguiendo crear una atmósfera fascinante, enrarecida, lóbrega, enfermiza...con unos soberbios diálogos que definen a la perfección el alcance psicológico de sus personajes.

La legendaria escena de la ducha es un punto culminante de la historia del cine, estéticamente asombrosa, con un revolucionario trabajo de montaje y un aterrador acompañamiento musical de Bernard Herrmann.

Precisamente la banda sonora de Herrmann es parte fundamental del éxito de esta obra de arte, como también lo es el inmejorable manejo del suspense, su potente imaginería, el ambiente siniestro no exento de humor negro, la consecución de una intensidad mayúscula y por supuesto las excelsas caracterizaciones de todos sus intérpretes, con mención especial para un inolvidable Anthony Perkins, quien ya jamás pudo desvincularse del personaje de Norman Bates, perturbado protagonista de esta auténtica joya cinematográfica, uno de los títulos más icónicos de la historia del séptimo arte.