La opresión social flota por las calles cubierta con una capa. Un ser omnipresente vaga por una existencia en blanco y negro, casi de otra época, juzgando nuestra capacidad para reprimir nuestros instintos primarios. Mientras, en la juventud afloran las inquietudes inherentes en ella. Experimentación, descubrimiento de nuevas sensaciones, impulsos para saciar nuestro Ello freudiano.
Somos libres, pensamos.

Entretanto, una chica sin nombre (pongámosle uno al azar: Lalá), descubre que es capaz de amar a aquél que tiene un fondo humilde, otorgándole la inestimable recompensa de no arrebatarle la existencia. De paso, otorga también una vida de plena paz interior a aquél que crea ciegamente en su juicio.

Todo ello mientras un gato mira, pareciendo juzgar también para sí. Nadie sabrá, hasta el día inevitable, si el juicio de un irrelevante gato era tan válido como el de Lalá.