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España España · Málaga
Voto de Nuño:
9
Comedia. Drama Durante más de seis años, Simón el estilita ha hecho penitencia manteniéndose en pie sobre una columna. Un devoto muy rico le regala una columna mejor, y Simón realiza el milagro de devolverle las manos a un mutilado. Durante varios días, mientras Simón sigue haciendo penitencia, el diablo se le aparece y trata de hacerlo caer en la tentación. (FILMAFFINITY)
28 de noviembre de 2017
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que confiere valor a la crítica en Buñuel es la bidireccionalidad de su dardo venenoso. Si evidenciaba a los ricos, no era para ensalzar a los pobres. No atizaba al beato para ejemplarizar al ateo.

En 'Simón del desierto', la caricatura de la vida contemplativa es mordaz, grotesca, pero no despreciativa: tampoco la vida disoluta merece crédito.

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En la época altomedieval, la Iglesia era una institución incipiente, pero medular por su hermanamiento con el poder terrenal de los emperadores y monarcas. No exenta, desde su inicio, de mácula. Las disensiones teológicas entre las Iglesias bizantina y Romana fueron una constante, derivando en recurrentes cismas entre ambas. El elemento del 'Filioque' en el Credo bastó para que Focio y Miguel Cerulario, patriarcas de la Iglesia Oriental, sentenciasen su escisión con el Papa de Roma. Este ambiente de intereses y disputas contrasta con la admirable humildad de los primeros anacoretas: diminutos pobladores de las soledades de la Tebaida o Nitria, que, a título individual, decidieron marchar al desierto a ejercitar la oración en toda su pureza, lejos de las intrigas papales, las evangelizaciones gregorianas, las diatribas teóricas o las querellas monofisitas.

Buñuel, en la superficie de su carácter tal como lo conocemos, no era creyente, pero tampoco era ajeno a estas reciedumbres espirituales, y filmó sobre san Simeón, como podría haberlo hecho sobre san Antonio o san Benito y su regula monachorum. Apuesto a que sentía profundo respeto por estas figuras sin obviar el hecho de que debía resultar muy divertido ver a un tipo orar, vivir y pernoctar en lo alto de una columna.

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San Pacomio ya advirtió de los peligros de la soledad para el alma eremita y por ello ideó la koinóbion o vida en común cenobítica. Si los peligros no son espirituales, lo son físicos. Y, si no, peor aún: lo peligroso es que el diablo nos enseña los pechos.

Al final, Simón, el santo de la columna, se rinde y reaparece como un chico de ciudad: moderno, actual y tan pecador como cualquiera, alternando en un pub en el que ya no hay ni rastro de aquella quietud desértica y sí de una machacona música de discoteca.

Supongo que Buñuel, en su sardónico cachondeo, pensó en que sería muy divertido homenajear la casi heroica morigeración de Simón, y su perdurable efecto en quienes vinimos detrás, encendiendo un cigarro y brindando con un buen whisky.

Gracias.
Nuño
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