El espectador se aburre soberanamente entre escenas soporíferas, diálogos infumables, una larga retahila de estereotipos de adolescencia americana y un torrente de detalles en principio incomprensibles. Por eso, aunque el final sea como para enmarcar en toda escuela de guionistas, la espera apenas merece la pena ya que se corre el riesgo de que no te pille despierto.