Quien más quien menos tenemos alguna afición, vocación frustrada que siempre nos acompaña a lo largo de la vida.
El gran tenista Rafael Nadal Parera por ejemplo, ha señalado en más de una ocasión que en un momento de su vida tuvo que elegir entre tenis y fútbol, porque era igual de válido para ambos deportes. Con el bueno de Bergman no me queda duda de que la filosofía perdió a un gran filosofo, aunque el cine ganase un reconocido cineasta.

Block es un caballero cruzado que vuelve a casa con su escudero Jons. Por el camino la muerte viene a reclamarle, pero en un quiebro gana algo de tiempo retando a la muerte a una partida de ajedrez. Si pierde se irá con ella al otro barrio, si gana se queda en este. La partida se va jugando entre tiempos muertos del viaje de Block y Jons a casa con la peste negra acechando por el camino.

Y es en este viaje donde asistimos a la película y sus sorprendentes personajes. Aldeanas infieles calientes, cómicos ambulantes con visiones, carniceros cornudos de gran corazón, escuderos mordaces llenos de sabiduría de pueblo llano que se piden aldeanas de buenas porque están cansados de hacérselas de malas, ex clérigos ladrones y violadores en potencia...

Y ahí vamos, con la bella fotografía habitual de Bergman, y esa muerte con aspecto de Batman de serie Z, y el pesado de Block a cada minuto de película más meapilas y quejicoso. Que se calle y nos pongan a Jons.

Y la película tendrá mucha filosofía a interpretar por cada uno, y mensaje, no lo niego, pero raya en todo momento entre la genialidad y la fumada, entre la obra maestra y el sinsentido. La balanza histórica está más cerca del cielo que del infierno con esta película, en mi caso creo que me quedo con el purgatorio. No me parece que sea un gran film, ni que tenga tanta profundiad filosófica existencial como algunos quieren hacernos creer, pero tampoco se hace insufrible.