Si la primera de la saga adaptaba los relatos de Lovecraft en plan de comedia terrorífica y salía con bien de ello, en esta segunda el entonces casi primerizo como director Brian Yuzna decidió añadirle a la fórmula influencias evidentes de "La novia de Frankenstein" y un homenaje al cine de monstruitos que triunfaba en EEUU allá por los 50-60. El resultado es una marcianada irregular, estrafalaria y con altibajos considerables de ritmo, pero con escenas estéticamente sugerentes y momentos muy curiosos (en el sentido más amplio de la palabra). No es tan redonda como la primera ni tan salvaje como la tercera, pero peculiar es un rato y para pasar un rato entretenido en "compañía" de científicos desquiciados, muertos vivientes y criaturas extrañas basta y sobra.