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Voto de Rocío Vélez:
10
8,0
22 048
Intriga. Drama
Japón, siglo XII. En Kioto, bajo las puertas del derruido templo de Rashomon, se guarecen de la torrencial lluvia un leñador, un sacerdote budista y un peregrino. Los tres discuten sobre el juicio a un bandido, acusado de haber dado muerte a un señor feudal y violado a su esposa. Los detalles del crimen son narrados desde el punto de vista del bandido, de la mujer, del señor feudal -con la ayuda de un médium- y del leñador, único ... [+]
8 de noviembre de 2023
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“Era un frío atardecer. Bajo Rashōmon, el sirviente de un samurái esperaba que cesara la lluvia. No había nadie en el amplio portal. Sólo un grillo se posaba en una gruesa columna, cuya laca carmesí estaba resquebrajada en algunas partes”, Rashōmon (1915) de Ryūnosuke Akutagawa.
La literatura, además de darnos placer por sí misma, puede ser el punto de partida de otras creaciones; ese es el caso de la película Rashōmon (1950), de Akira Kurosawa, que surge a partir de su encuentro con los cuentos de Akutagawa. El cineasta fusiona los cuentos Rashōmon y En el bosque (1922) para utilizarlos como base argumental.
Tanto la obra cinematográfica como las literarias son dadas a luz en Japón durante la guerra y la posguerra. La primera y la segunda guerra mundial las condiciona; ambos artistas están rodeados de ruinas, muertos, dolor y duelo; ambos se preguntan si queda lugar para la esperanza frente a tanta desazón.
Rashōmon, construida en el año 789, fue la más grande de las dos puertas de la ciudad japonesa de Kioto. Durante el siglo XII se fue deteriorando hasta convertirse en una “guarida de ladrones” y “personas de mal vivir”. Las personas tiraban basura, cadáveres y bebés abandonados. Tanto para Kurosawa como para Akutagawa, Rashōmon es un símbolo del Japón hecho ruinas, por la guerra, por las bombas atómicas, por la decadencia de un imperio que lo perdió todo.
La literatura, además de darnos placer por sí misma, puede ser el punto de partida de otras creaciones; ese es el caso de la película Rashōmon (1950), de Akira Kurosawa, que surge a partir de su encuentro con los cuentos de Akutagawa. El cineasta fusiona los cuentos Rashōmon y En el bosque (1922) para utilizarlos como base argumental.
Tanto la obra cinematográfica como las literarias son dadas a luz en Japón durante la guerra y la posguerra. La primera y la segunda guerra mundial las condiciona; ambos artistas están rodeados de ruinas, muertos, dolor y duelo; ambos se preguntan si queda lugar para la esperanza frente a tanta desazón.
Rashōmon, construida en el año 789, fue la más grande de las dos puertas de la ciudad japonesa de Kioto. Durante el siglo XII se fue deteriorando hasta convertirse en una “guarida de ladrones” y “personas de mal vivir”. Las personas tiraban basura, cadáveres y bebés abandonados. Tanto para Kurosawa como para Akutagawa, Rashōmon es un símbolo del Japón hecho ruinas, por la guerra, por las bombas atómicas, por la decadencia de un imperio que lo perdió todo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
En las ruinas de la gran puerta se encuentran un sacerdote (Minoru Chiaki); un leñador (Takashi Shimura) y un caminante (Kichijirō Ueda), acorralados por la lluvia. Al leñador lo angustia el recuerdo de un hecho: un crimen del cual fue testigo.
A partir de la experiencia narrada por el leñador se desprenderán de forma rizomática los relatos de Tajômaru, un bandido reconocido, interpretado por Toshiro Mifune; de Masako, la esposa del samurái asesinado, interpretada por Machiko Kyō; y de Takehiro, el samurái, interpretado por Masayuki Mori, que hablará a través de una médium. Estos relatos solamente comparten la certeza de que Masako ha sido violada por Tajômaru en el bosque.
Tajômaru aclara ante los jueces que, al verlo pasar, no buscaba matar al samurái. Sin embargo, “una leve brisa” levanta el velo de seda que cubría el rostro de la mujer que lo acompaña y desde ese instante ella se constituye como objeto de deseo de Tajômaru. A partir de esto, él ideará un plan para lograr poseerla. Luego de que el “bandido” cumple su objetivo adentrando a la pareja en el bosque a merced de un engaño, Masako le dice a Tajômaru que uno de los dos hombres debe morir, o morirá ella “antes que soportar el dolor y la vergüenza de saber vivos a quienes la habían poseído”.
El personaje del bandido, en el cuento de Akutagawa, tiene una fuerza distinta, un honor que en la película de Kurosawa es disminuido y que mucho tiene que ver con el contexto de creación y las preocupaciones del autor:
“…Le aclaro, señor, que yo mato con katana, y no como ustedes, que matan con el poder, con el dinero, hasta con el pretexto de hacer un favor. Es cierto que no derraman sangre y sus víctimas siguen viviendo; pero así y todo son muertos, sombras de vivos. Si medimos los alcances del delito, es muy difícil fijar quién es más criminal, yo o ustedes”, dice Tajômaru en pleno juicio, buscando que el lector reflexione también sobre su situación y la situación política que inunda la realidad: ¿quién es más criminal realmente?
En la versión de la mujer, cotejamos que víctima de la codicia, Takehiro siguió a Tajômaru hasta un lugar donde había un tesoro escondido. El bandido, luego de atar y silenciar con un montón de hojas al samurái, conduce a Masako hacia ese lugar y la fuerza a tener relaciones sexuales frente a Takehiro. Ella cuenta que, luego, en los ojos de su marido vio desprecio y “también su odio”. “Vergüenza, rabia, angustia…; no sé bien lo que sentí. Sin poderme dominar, enloquecida, clavé la daga en su pecho”. Su honor la cegó y asesinó a su marido, sin poder darse muerte a sí misma después.
Finalmente, el samurái asesinado, a pesar de la vergüenza y el dolor que le produce volver a los hechos, reafirma la primera parte de los relatos ya contados, sin embargo, en su versión es él quien se suicida ante la humillación y el desprecio que le provoca ver que su mujer, luego de ser poseída, escucha atentamente la propuesta de Tajômaru. El honor lo conduce al harakiri.
En todas las versiones hay un impulso que le impide a los personajes ser sinceros, consigo mismos y con los otros sobre sí mismos, y que los llevan a trastornar las historias, mentir o mentirse sobre sus propias experiencias.
Mientras en el cuento de Akutagawa los testimonios de los personajes se van concatenando, Kurosawa nos muestra, como si fuéramos testigos del juicio, un primer plano de cada narrador y luego utiliza el recurso del flashback para trasladarnos al recuerdo de cada uno.
A partir de la experiencia narrada por el leñador se desprenderán de forma rizomática los relatos de Tajômaru, un bandido reconocido, interpretado por Toshiro Mifune; de Masako, la esposa del samurái asesinado, interpretada por Machiko Kyō; y de Takehiro, el samurái, interpretado por Masayuki Mori, que hablará a través de una médium. Estos relatos solamente comparten la certeza de que Masako ha sido violada por Tajômaru en el bosque.
Tajômaru aclara ante los jueces que, al verlo pasar, no buscaba matar al samurái. Sin embargo, “una leve brisa” levanta el velo de seda que cubría el rostro de la mujer que lo acompaña y desde ese instante ella se constituye como objeto de deseo de Tajômaru. A partir de esto, él ideará un plan para lograr poseerla. Luego de que el “bandido” cumple su objetivo adentrando a la pareja en el bosque a merced de un engaño, Masako le dice a Tajômaru que uno de los dos hombres debe morir, o morirá ella “antes que soportar el dolor y la vergüenza de saber vivos a quienes la habían poseído”.
El personaje del bandido, en el cuento de Akutagawa, tiene una fuerza distinta, un honor que en la película de Kurosawa es disminuido y que mucho tiene que ver con el contexto de creación y las preocupaciones del autor:
“…Le aclaro, señor, que yo mato con katana, y no como ustedes, que matan con el poder, con el dinero, hasta con el pretexto de hacer un favor. Es cierto que no derraman sangre y sus víctimas siguen viviendo; pero así y todo son muertos, sombras de vivos. Si medimos los alcances del delito, es muy difícil fijar quién es más criminal, yo o ustedes”, dice Tajômaru en pleno juicio, buscando que el lector reflexione también sobre su situación y la situación política que inunda la realidad: ¿quién es más criminal realmente?
En la versión de la mujer, cotejamos que víctima de la codicia, Takehiro siguió a Tajômaru hasta un lugar donde había un tesoro escondido. El bandido, luego de atar y silenciar con un montón de hojas al samurái, conduce a Masako hacia ese lugar y la fuerza a tener relaciones sexuales frente a Takehiro. Ella cuenta que, luego, en los ojos de su marido vio desprecio y “también su odio”. “Vergüenza, rabia, angustia…; no sé bien lo que sentí. Sin poderme dominar, enloquecida, clavé la daga en su pecho”. Su honor la cegó y asesinó a su marido, sin poder darse muerte a sí misma después.
Finalmente, el samurái asesinado, a pesar de la vergüenza y el dolor que le produce volver a los hechos, reafirma la primera parte de los relatos ya contados, sin embargo, en su versión es él quien se suicida ante la humillación y el desprecio que le provoca ver que su mujer, luego de ser poseída, escucha atentamente la propuesta de Tajômaru. El honor lo conduce al harakiri.
En todas las versiones hay un impulso que le impide a los personajes ser sinceros, consigo mismos y con los otros sobre sí mismos, y que los llevan a trastornar las historias, mentir o mentirse sobre sus propias experiencias.
Mientras en el cuento de Akutagawa los testimonios de los personajes se van concatenando, Kurosawa nos muestra, como si fuéramos testigos del juicio, un primer plano de cada narrador y luego utiliza el recurso del flashback para trasladarnos al recuerdo de cada uno.