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España España · Madrid
Voto de paki:
9
Drama Historia sobre un conductor de autobús y poeta aficionado sobre las pequeñas cosas llamado Paterson, que vive en Paterson, New Jersey. (FILMAFFINITY)
28 de julio de 2017
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo voy casi siempre sola al cine. Me cuesta encontrar a alguien que vaya a una sala a experimentar emociones, incluso a sufrir, a escuchar historias y a reconocerse en personas (no podría llamarles personajes)… Es decir, a sentirse menos sola. Porque yo me siento en mi butaca, hasta sin palomitas, y salgo acompañada de sensaciones y de imágenes muy parecidas o muy diferentes a mí, pero tan vivas que me parece que la vuelta a casa y a la rutina es lo falso, la ficción y, desde luego, la soledad. En el cine me siento arropada, como también me pasa en la literatura. Me veo y leo en muchos espejos. Reconozco mi complejidad en la de muchos hasta parecerme cotidiana y transitable. Nunca voy sola al cine y, desde luego, nunca salgo sola.
Paterson ha sido un descubrimiento total. Paterson es mi vecino con el que me gustaría echar una conversación todas las tardes, así como haciendo un poema sobre las nubes que pasan o el viento que ese martes mueve la ropa tendida. Con Paterson sería fácil. Paterson tiene un cuaderno para anotar esas cosas rutinarias que toman la categoría de bomba poética cuando se escriben con un lápiz, cuando se leen en voz alta como si se cantara, buscando un ritmo propio o una canción que solo tú cantaras. Paterson sabe que eso es fácil, como ir solo al cine y salir acompañado. Paterson hace poemas a los dibujos de una caja de cerillas y cuando los escuchas sabes que era necesario que alguien se diera cuenta que tenían forma de megáfono. Paterson tiene suerte, porque vive con una chica que ve megáfonos en los dibujos de las letras, poemas en el cuaderno de Paterson y posibilidades en todo lo que ve, toca y piensa. La chica de Paterson es sorprendente. Abrumadora. Hace falta ser un poeta, como Paterson, para transitar por esa casa, cambiante cada día, en un blanco y negro portentoso, múltiple, disparatado. Ella no trabaja el color, se lo pone difícil, lucha con el blanco y negro de la vida y le da formas únicas en un trabajo creativo que solo el poeta que lucha con el blanco y negro de la vida podría apreciar. Y yo también.
Con Paterson me he sentido poeta, me he comprado un cuaderno de poemas, he apañado una cortina a la manera de su chica y he buscado un bar de camarero filósofo para ir a tomarme una cerveza todas las noches. Y, sobre todo, no me he sentido sola. Paterson y su chica se tienen el uno al otro para amarse, contarse sus locuras, impregnarse de la tierna paciencia de amar la extravagancia y la diferencia de otras personas, pero yo no. Por eso me gusta ir al cine. Para ampliar mi círculo de amigos. Para creerme que la poesía funciona y circula y junta a las personas. Que puedes ser un conductor del autobús y pillar al vuelo conversaciones con la esencia de la vida, encontrar en una esquina una niña con una poesía preciosa, descubrir la ciudad llena de gemelos que se parecen a los que has soñado la noche anterior y un japonés que te regala el cuaderno con hojas en blanco que necesitas cuando el perro se ha comido tus poemas… La vida es así. Pero la gente no lo sabe. Está llena de magia, de cerillas sorprendentes y de belleza para capturar en el cuaderno de tu bolsillo pero no tienes a quién contárselo. Y te dejan sola en el cine porque no creen en esas magias que te buscas en la butaca de una sala oscura. Peor para ellos. Ellos sí que están solos. Los pobres…
paki
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