Con la melodiosa y pedagógica frase con la que se titula este comentario inaugura Anthony Quinn un espléndido guión en el que brutalidad e ingenuidad recorrerán juntas un viaje por las carreteras de la supervivencia ambulante.
Se puede hacer un extenso análisis de esta obra maestra, es más, habrán centenares, y cualquier elemento sería destacable. La Strada es de esas únicas e imprescindibles para cualquier aficionado a esto de mirar una pantalla, pero con ánimo de ser conciso, estamos ante una bella y ruda historia magníficamente realizada y fotografiada. En La Strada no sobra ni un plano, y cada uno de ellos es precioso. Un yanqui diría que es una "road movie". Sin duda lo es, pero en la Italia Felliniana de la posguerra.
Dejando aparte a Fellini, huelgan comentarios, lo mejor de La Strada es su interpretación. El duelo Quinn-Massina es impagable. Él, en la que quizás es su mejor interpretación, demuestra ser más que un actor y saca lo que siempre ha llevado dentro antes de serlo. Uno no olvida sus orígenes. Y ella, manteniendo el estilo de Chaplin en todo momento, consigue encogerte el corazón al igual que hacía el gran genio. No lo imita, arriesga porque le apetece y, lejos de parecer forzado, te deja embelesado y con la boca abierta. Magistrales ambos.
Película que llega al alma, sin duda.