Puede que sea mi visión de conjunto, o tal vez la edad o mi obsesión por el análisis desde que era un adolescente, pero lo que no me ha gustado de la serie es su simplista vocación maniquea. Nada que objetar en cuanto a la puesta en escena y las interpretaciones, si bien me molesta el extenuante abuso hoy en día de la narrativa audiovisual a través de los inefables flashbacks. Para empezar me parece una risible muestra de lo que se viene a llamar hoy en día el empoderamiento femenino, y como tal me parece una producción de mujeres para mujeres con una feminista visión, a menudo muy radical, en la que las mujeres son todas sufridoras y luchadoras, ahogadas por el engranaje social machista. No vamos a entrar en politiqueo, dejando a un lado que la mujer hoy día todavía está por debajo del umbral de lo socialmente correcto, lo cual es muy cierto, tanto como la violencia de género que sufren. Pero esto no es óbice para el correcto planteamiento de la serie, en la que las sufridoras heroínas están rodeadas de hombres malvados, manipuladores y emocionalmente fríos o medio tontos. A excepción del trepa amiguete de la alcaldesa; que sí, es listo y tiene un punto, pero es un trepa.
Que la transgresión y vulnerabilidad de la intimidad es un acto penal, desde luego que sí. Pero todo empieza por saber en qué lugar te encuentras de la vida y qué es conveniente hacer y qué no; y cuando metes la pata siempre hay consecuencias y no puedes pretender caer siempre de pie. Esta sociedad es cruel y todos se reirán y te harán la vida imposible, en el trabajo, en la escuela, en el bar, etc. Esta es la realidad. La situación que plantea la serie no es una cuestión de género; desde siempre estas cosas le ha costado el puesto a más de uno y es algo de lo que se valen muchos para hundir carreras, ya sean mujeres u hombres. Y si no, pueden leer algo de historia.
Lo peor de la serie ha sido el irreal y ridículo final, en el que los realizadores se han desnortado por completo, perdiendo de vista la realidad del mundo en el que viven. Y si no, miremos el reciente caso de la diputada y vicepresidenta del Gobierno valenciano, Mónica Oltra, quien se ha visto en la necesidad de dimitir y solo porque le ha salpicado el caso de su exmarido.