Es una película que te mete de lleno en la guerra como pocas han sido capaces. No intenta disimular la crueldad que se produce en ellas. No divaga en otras narraciones que no sean las de las balas silbando de un lado a otro. Pocas películas pueden presumir de un impacto visual tan grande como el que aquí se ve. La fotografía es simplemente apabullante. El montaje realista, cruel, sórdido, mostrando la guerra desde un punto de vista que pocos se han atrevido a mostrar.
Ridley Scott quería hacer una película bélica en las que las balas fuesen las protagonistas. En las que no existiese otra tensión dramática que no fuese la de soldados matando a otro soldados. Humanos cayendo en calles incendiadas. El horror por si mismo.
El problema real de la película es que Ridley Scott ha conseguido lo que quería. Vemos balas matando a gente que no sabemos quienes son. Vemos crueldad y miseria en hombres que no conocemos. El público no se identifica en ningún momento con nadie. Solo es un barranco lleno de sangre por el que caen decenas de cadáveres. Y allí, al final, el público se siente frío, incrédulo, triste pero sin saber porque, indiferente pero sin querer estarlo. Como documental bélico es un ejercicio técnico de primera categoría, como análisis de una guerra es frío, cruel, realista hasta el extremo, como película es nula, no existe. En 2 horas y 30 solo vemos a gente morir por otra gente. Eso no es una película, es la realidad.