Daniel Craig tiene el honor de capitanear la mejor era y la más exitosa de James Bond hasta ahora. Su arco argumental y su visión particular del personaje (nunca antes dada por los cinco antecesores) ayudan y mucho. Y su saga de películas podían chocar o no con los arquetipos clásicos de Bond pero tuvieron la excelencia de acabar calando en su audiencia y enganchando a gente nueva que odiaba o no sabía nada del personaje o sus aventuras. Con "Casino Royale" obtuvimos un reboot impecable, que gana incluso con los años y la revisiones. Dudo que volvamos a ver otra entrega como aquella, en aquel momento justo y con el intérprete apropiado. "Quantum of Solace" se llevó más palos que los del protagonista en la cinta y personalmente lo consideré injusto desde el principio pues, si bien no llega a la anterior ni queriendo, es una trepidante y espectacular cinta de acción que no abandona a Bond sino que sigue construyendo su ego. Con las revisiones también me ha dado la sorpresa y ha mantenido ese punto positivo sobre mí. "Skyfall" son palabras mayores. Al mismo nivel que "Casino Royale" para mí, para bastantes la mejor de todas y para otros tantos sólo por debajo de "Royale", esa épica entrega de 007 tenía como gran sorpresa el penetrar en su cabeza y su pasado, aparte de construir una trama pequeña y personal de una forma fascinante y envolvente. Con estos mimbres y el mismo equipo repitiendo, parecía que "Spectre" sería pan comido. Pues no.

El primer tercio de la cinta es fabuloso por partes, pero ni siquiera se sostiene como un todo. El prólogo en México es impresionante (gran suerte la mía haberlo visto la primera vez en cine), el pequeño funeral es hilarante, Mónica Bellucci se ganó ser una chica Bond mayor (por mucho que el guión la empequeñeciera) y el mitin inicial de Spectre en Roma es tenso, satánico y memorable. Pero entonces tenemos un tema que aunque casa muy bien con los créditos y la película no se siente con fuerza especial, una puesta al día de la trama del MI6 rutinaria, una sucesión de escenas sin pasión y una persecución de coches en Roma sin ninguna emoción o gracia especial que te hace pensar en qué otra secuencia pudieron haberse gastado los 250 millones de presupuesto. En general, un arranque bueno pero no maravilloso.

Pero entonces, la película va cuesta abajo en todos los sentidos. En la acción (pesada), en la trama (sin peligro o tensión) y en su ritmo (una sucesión de escenas que no cohesionan como debería). Los personajes, incluso Bond (aún siendo carismático, coincido con quienes apuntan el cansancio de Craig, tal vez por el rodaje o los problemas del proyecto) ahora con su juventud por el medio, unidimensionales al exceso. Pero el pecado mayúsculo es Cristoph Waltz. El que es número 1 de Spectre, el que estuvo allí desde el principio como él mismo anuncia, no es temeroso, peligroso o enrevesado para nada. Pillé más ganas a Dominic Greene de "Quantum" que a este. Su historia personal con Bond se siente ridícula y repetitiva a nivel emocional con la historia del pasado de "Skyfall" y su final es digno de colegial más que de una mente brillante. Y esos últimos 25 minutos en Londres. Muy flojos, largos y sin tensión o pasión. Sin hablar de cómo establecen la conexión con todas las películas de Craig hasta ahora, idea que sobre el papel es fascinante e incluso innovadora para Bond, pero que en la ejecución se ve ramplona, se siente farrugosa y al final dejan la conclusión de que para hacer eso podían habérsela saltado y haber ejecutado otra aventura independiente.

En general, "Spectre" no es mala. Merece la pena tenerla dentro de la colección Craig por enganchar principalmente sus tres entregas anteriores, por el arranque y por el propio carisma de Craig. Pero sí es decepcionante, sobre todo dentro de la saga personal de Craig. Ya no hay personajes conflictivos en conflicto. Ya no hay finales trágicos o, si no, complejos. Es un correcto entretenimiento que tiene el peso de no casar ni tener comparación con ninguna de las tres anteriores. "Spectre" se ve sola y se disfruta en varios pasajes, pero da la sensación final de oportunidad perdida y supone desandar lo que ya estaba andado para el personaje en virtud de sus tics clásicos guasones y ochenteros.