En estos tiempos de crisis en que o se aprueban unas oposiciones o se pone uno a trabajar como comercial, que no hay de todo en la viña del Señor, echaba en falta una película sobre el ethos del vendedor contemporáneo. "Competitividad", "frustración", "nihilismo", "agresividad", "egoísmo", "impotencia", "superchería", "inmoralidad" o "desesperanza" son términos pertenecientes al campo semántico asociado a la actividad comercial de acuerdo con la interpretación que David Mamet nos presenta en este agrio guión. Y siguiendo esta lectura la crítica puede extenderse al conjuto de la cultura capitalista en tanto que generadora de individuos íntimamente sadomasoquistas, perros de lanas serviles ante el líder de oro que los desprecia, implacables mastines con los losers que se encuentran abajo en la pirámide alimenticia, lobos en definitiva para el resto de los hombres cuando la ocasión se tercia.

Inconmensurable Jack Lemmon, grandes Al Pacino y Alec Baldwin, el resto del plantel en su sitio, que no es poco. Los actores están tan bien que no echamos de menos decorados, banda sonora, efectos especiales, maquillaje, ambientación u otros ingredientes del menú cinematográfico. La obra funciona simplemente con la interpretación y el guión. Pero tal fórmula es demasiado teatral y escasamente cinematográfica. David Mamet ladra y muerde hasta el tuétano con su guión, las máscaras son tan buenas que parecen más reales que las personas. Ha faltado la batuta que azuzase a la feroz jauría que perfeccionaría la obra maestra.