Cary Grant es, posiblemente, el actor más elegante de la historia del cine. Nadie ha subido y bajado escaleras como él, pocos han caminado como él, casi ninguno ha conseguido imitar esa media sonrisa lacónica, sin embargo, en esta película, pese a hacer un digno papel, parece metido con calzador. No termino de creerme que, con cincuenta años, interprete a un treintañero. Se le ve fuera de lugar en algunas escenas y, sobre todo, se le ve demasiado acartonado frente a la bellísima Grace Kelly. Y es que, en sus tres películas con Hitchcock, el director inglés se empeñó en emparejarla con tipos que le doblaban la edad. El filme, en cuanto a argumento, se queda a medias, con alguna laguna, aunque tiene un más que digno final. Tras varias películas encerrado en escenarios únicos y apartamentos (La Soga, Crimen Perfecto, La Ventana indiscreta), Hitchcock sale al exterior para mostrarnos una majestuosa fotografía de los preciosos paisajes de la campiña francesa y la Costa Azul. No sabemos si Kelly, el día que falleció, intentaba emular la ya inolvidable escena en la que conduce por las escarpadas carreteras de la costa como una suicida sin quitarse nunca esa maravillosa sonrisa de la boca.