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Voto de Archilupo:
7
Comedia. Drama. Fantástico. Romance Stephane (García Bernal), un joven diseñador mexicano tímido e introvertido, es hasta tal punto cautivo de sus propios sueños que a duras penas controla su imaginación, que amenaza con imponerse al mundo real. Su madre, que es francesa, le ofrece un trabajo y lo convence para que vuelva a París. Su decepción es grande cuando comprueba que se trata de un trabajo rutinario en una pequeña oficina que comparte con tres singulares ... [+]
10 de octubre de 2008
15 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soñé que me levantaba, me vestía y, a través de un parque, llegaba a los Cines Hypnos, a la vez que cien personas, todos derechos a la cola de “La ciencia del sueño”. Ya en mi asiento, soñé, se apagaban las luces y empezaba la proyección.

En la pantalla, Gael se llamaba Stephan y era un dibujante introvertido que, muerto su padre, volvía a París para trabajar como grafista en un empleo procurado por su madre. Disponía del piso familiar y el dormitorio infantil de siempre. Cada dos por tres vivía y editaba sus sueños en un estudio televisivo de cartón de embalar (cámaras, monitores y focos, todo de cartón).
El empleo resultaba ser una sórdida oficina. Y tenía que soportar a los compañeros día y noche, porque cuando se trasladaba a sus sueños seguían ahí. Lo soñado y lo real eran mundos tan entrelazados que no siempre se podía distinguir en qué lado estaba la acción. En esto la película era buenísima, con inventiva muy original para decorados y maquetas animadas de calles y edificios.
Unas filas más adelante había un espectador con orejas picudas que tocaba una flauta de Pan y reía con alborozo.
Al apartamento vecino, en la pantalla, llegaba una chica, no muy guapa pero con carácter, Charlotte, que se llamaba Stephanie y se dedicaba a la música. Ambos independientes, jóvenes y con ilusiones comunes: materia sobrada para una relación interesante, poesía adolescente desarrollada a la par en la realidad y en el plano complementario de los sueños, en fluido vaivén, porque algún acto en el onírico estudio de cartón trascendía a la realidad, tenía repercusiones.
Era, soñé, como si los personajes poseyeran un don con que ganar una dimensión más en la vida diaria… Una romántica y colorida dimensión de algodón y caballos de trapo, montañas de tela, mascotas de plastilina…

Y soñé que la película terminaba. Volvía a casa a través del parque, me acostaba y dormía, soñando con dos que vivían en un edificio parisino.
Ya de día, del bolsillo del pantalón cayó una entrada del Hypnos, picada, con fecha de la víspera. Por la ventana vi pasar a Steiner y Gort en animada charla. Decidí bajar rápido, para unirme a la conversación.
En el rellano sonó la cerradura del apartamento de enfrente. ¡Al fin iba a conocer a los nuevos vecinos, tras soportar su ruidosa mudanza varios días! En la puerta apareció Stephanie. La saludé como si nos conociéramos mucho y recibió mi actitud con extrañeza. Incluso retrocedió. Despierta, me decía, de forma incongruente. Despierta…
Y desperté. Sentado ante el ordenador, escribiendo este comentario para enviarlo a FilmAffinity.
Pensé: es absurdo que estuviese escribiendo todas estas líneas dormido. “No sería tan extraño”, dijo una voz guasona, tal vez en mi cabeza.
Si hubiera estado durmiendo hasta ese momento, lo normal habría sido despertar en la cama, o en el sofá, seguí.
Pero ya estaba el despertador entrando en el sueño para extinguirlo. Sin timbre ni pitidos: en su pantalla destellaba un rótulo: “¡3000 CARACTERES!”.
Archilupo
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