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Voto de Archilupo:
7
Drama Nina (Natalie Portman), una brillante bailarina que forma parte de una compañía de ballet de Nueva York, vive completamente absorbida por la danza. La presión de su controladora madre (Barbara Hershey), la rivalidad con su compañera Lily (Mila Kunis) y las exigencias del severo director (Vincent Cassel) se irán incrementando a medida que se acerca el día del estreno. Esta tensión provoca en Nina un agotamiento nervioso y una confusión ... [+]
10 de marzo de 2011
40 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuenta mucho que sea Chaikovski una de las pautas estéticas: apasionado romanticismo entre bosques bañados por luna llena, doncellas embrujadas a cisnes que recobran la forma humana para danzar en el lago.
Embrujada también la princesa, el príncipe puede rescatarla con su amor.
Pero con el cisne blanco coexiste uno negro. De la fusión de ambos debe brotar la radiante energía en el centro del espectáculo.
No es sólo la blanca belleza de cuento de hadas y ballet ruso, su encanto, su tradicional patetismo. Un fondo oscuro sirve de base.
La lucha de la bailarina con su personaje dura mucho, y Aronofsky demora con sabia estrategia la presentación de los temas musicales estelares y reconocibles, el gran número apuntado en progresivos ensayos. Hacia la intensidad y el clímax.
Y eso que desde muy pronto la pasión es imparable, desbordante.

En la oscura marea pasional, otra pauta: Zulawski y su atmósfera de emociones densas, el torrente visceral que arrastra a los personajes.

De “La pianista”, el perfeccionismo morboso, el culto al sacrificio. La madre absorbente de su idolatrada hija, relación patológica. Control sin respiro, vigía interiorizado atormenta al organismo para exprimir su rendimiento. La madre culpadora: “La carrera a que renuncié para tenerte”: pronunciado despacio, se aprieta en torno al cuello.
Perfección o muerte, casi siempre muerte. De una sola vez o en pequeñas dosis de autodestrucción cotidiana.
Cuando los demás necesitan alcanzar algo a través de alguien: explotación ávida de cada microgramo de potencial, combustible para las llamas de una ambición que hacia el ideal estético se puede proyectar sin límite. Todo arde en esa caldera: el deseo sexual, el afán escalador, la codicia, los entresijos de rivalidad y celos. Y ahí la debilidad es imperdonable.

De “Repulsión”, el modo alucinatorio de visualizar el proceso psicótico de la bailarina en quien luchan los dos cisnes en medio de un complejo despertar sexual, rupturas traumáticas de la disciplina y un abrupto adiós a la infancia. La metamorfosis, el baile desintegrador, ráfagas de esquizofrenia galopante.

De “La doble vida de Verónica”, la externalización total de sí misma, convertida en reflejo viviente con quien cruzarse en los pasillos o en la cama.

Natalie Portman desdoblada, por si no llenaba bastante la pantalla con su interpretación esforzada y dificilísima, cargada de patetismo y cierta crispación.
El ambiguo profesor la guía con enérgicas intervenciones (“¡Déjate llevar, la única persona en tu camino eres tú!”) por la raya entre lo objetivo y lo subjetivo, donde fermenta el ‘crescendo’ hacia lo sublime. Al espectador también le habría convenido alguna guía y complicidad, porque sólo se le presentan los efectos.

Es necesidad estratégica, como la brillantez visual, el montaje ágil, alguna metáfora luminosa, todo al servicio de la catarsis, la belleza entendida como paroxismo romántico, a la exacta manera de Chaikovski.
Archilupo
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