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Voto de Néstor Juez:
6
Drama Drama ambientado en la tumultuosa Irlanda del Norte de finales de los años 60. Sigue al pequeño Buddy mientras crece en un ambiente de lucha obrera, cambios culturales, odio interreligioso y violencia sectaria. Buddy sueña con un futuro que le aleje de los problemas, pero, mientras tanto, encuentra consuelo en su pasión por el cine, en la niña que le gusta de su clase, y en sus carismáticos padres y abuelos.
27 de enero de 2022
9 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kenneth Brannagh echa la vista atrás a su infancia en un drama histórico tan refinado en su aparato formal como domesticado en su discurso emocional.

Conflicto infiltrado
Si hay una tendencia que se ha reafirmado en el panorama cinematográfico en los últimos cuatro años entre veteranos realizadores es la obra autobiográfica. Tras Roma, Dolor y gloria o, hace apenas semanas, Fue la mano de Dios, el que está llamado a ser uno de los títulos más reconocidos en los próximos Premios Óscar vuelve a operar en estas coordenadas: tras años alejado del favor crítico y curtido en grandes buques comerciales, Kenneth Brannagh nos ofrece en Belfast una íntima mirada a su infancia en la convulsa Belfast de finales de los 60, azotada por los primeros retazos del conflicto interétnico norirlandés.

Como recuerdo filmado, Belfast procura ante todo ser un drama familiar, un relato centrado en la rutina de un niño de familia humilde. Escoge su mirada, reduce el mundo a su escala, y es en las dinámicas de esta familia donde el filme mejor se desenvuelve. Conocemos en profundidad las personalidades de cada uno de ellos y los afectos y recelos mutuos que se guardan, pudiendo además descubrir cómo se vive el conflicto desde sus respectivos puntos de vista. Para esto fueron fundamentales las acertadas decisiones de casting, que configuraron un reparto afinado y dirigido con solvencia.

Pero el gran protagonista es ese Buddy interpretado por Jude Hill, y salvo contadas excepciones tan sólo vemos los sucesos a los que él asiste. Y he ahí la decisión más acertada a la hora de introducir en el filme la polémica social que azotaba a la ciudad y forzó a tantos a emigrar: lo mantiene en el trasfondo, apenas lo deja impregnar la acción principal en momentos puntuales, pero mayormente sabemos de él lo que le llega a Buddy a través de los noticieros o de aquellas conversaciones esquivas que escucha por accidente. Se hace hueco tan sólo cuando corresponde afectar de alguna manera la vida de Buddy. Una decisión de abordar la denuncia política sin cargar las tintas que desde el prisma de este filme supone un acierto.

Sofisticación de atuendo
Afín de revestir al filme del carácter idealizado de la memoria, Brannagh elige un acabado preciso en la dirección artística, un medido circuito de decorados y un brillante blanco y negro. Un trabajo de medida y estilizada enunciación visual, con una atención detallista en bañar la narración con rasgos descriptivos de la cultura e idiosincrasia norirlandesa. El modo más eficaz con el que la película captura este espíritu es a través de las composiciones musicales de Van Morrison y la selección de algunas melodías representativas del momento. Pero el aspecto visual más atractivo de Belfast son sus calles terrosas, sus aceras sucias, sus muros gastados y azotados. Elementos urbanísticos que se erigen como el elemento cinematográfico de mayor potencia expresiva.

La película sabe que su acabado estético es su mayor reclamo, y lo usa como tal de manera deliberada. La fotografía combina con acierto los contrastes lumínicos con la luz del sol o los reflejos de cristales o de locales de fiestas, se apoya en travellings laterales pausados con personajes moviéndose en una dirección diferente a la cámara como rasgo de elegancia recurrente, se recrea ocasionalmente en alguno circular y trufa el metraje con cuidadas composiciones cuadradas de blocking de los personajes en estancias contiguas y disposiciones cuadradas en combinación con líneas. Pero lo que impide la seducción estética plena es que todos estos momentos siempre son buscados, en tanto el relato los anuncia, y son en su mayoría intermitentes. En los largos insterticios entre estas estampas de exhibición, planos medios e incluso montajes atropellados para agitar las revueltas, con una integración desafortunada por su tempo discordante de los planos aéreos.

Dolor delineado
No deja de resultar paradójico el hincapié que desde la promoción se ha hecho a lo inspirada que está la película en la niñez del propio Brannagh, pues viéndola es inevitable tener la sensación de que el protagonista podría ser cualquier niño. Con la excepción de una cinefilia no especialmente extravagante en aquellos años, su día a día no presenta rasgos personales particularmente definitorios. Las escenas de un niño que hemos visto en infinidad de películas se reproducen una tras otra, las conversaciones con abuelos y padres se entregan sin rubor a múltiples lugares comunes. Hay una tristeza inherente en el hecho de que Brannagh haya reducido a las personas más importantes de su pasado a una plantilla, a una familia tipo.

Este cálculo del filme le hace un especial flaco favor en un aparato emocional en el que el espectador nunca puede guardar duda alguna sobre aquello que debe de sentir en la escena de turno. La música indica el tono de la escena, a los vuelcos al drama nunca se les permite ser bruscos, la ternura no puede estar sólo indicada por los gestos de los actores sino realzada por diálogos, los grandes instantes de catarsis dramática están convenientemente magnificados con pausas…El trasfondo es trágico pero este siempre debe estar atacado por la melancolía meliflua, por decisiones blandas y una atmósfera tan inocente y reconfortante como extremadamente ligera.

Una película interesante y sin duda honesta, con muchos méritos en su ejecución, pero también demasiado limpia y equilibrada para sacudirnos.
Néstor Juez
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