Para ver esta película se necesita paciencia, aunque tiene la ventaja de que, al menos en algunos tramos de su interminable duración, se puede ver haciendo otra cosa, como limpiarse los zapatos, regar las plantas o hacer ganchillo. Porque no hay muchos diálogos. Y en muchos momentos la cámara fija ayuda.
Por lo demás la vida cotidiana de la tal Jeanne es apasionante. Y el hijo, Silvain, es un portento de laconismo y de sobriedad.
Todo en tiempo real. No se nos ahorra detalle alguno. La elipsis apenas no existe.
Detalles y detalles. Los paños de cocina están un poco como medio sucios, que es como suelen estar.
En lo que no estoy de acuerdo es en que lava los platos al día siguiente. Yo, Jeanne, los lavo poco después de usarlos.
Si se tiene paciencia, la película te atrapa en su prolongada monotonía. Y una vez dentro, olvidándote de tu tiempo real, se podría seguir, no ya tres horas, sino todo el día.
La madre y el hijo son perfectos. Ella apaga siempre la luz, al salir de una estancia, aunque poco después tenga que volver a entrar. Ahorro de energía.
Película hipnótica, que no sé si será de las mejores pero resulta tan intrigante, en su cotidianidad, que casi asusta..