Tomo el término de una de las críticas que aparecen aquí, con la diferencia de que a mí esa logorrea me resulta insoportable. Además de que repetirá Godard estos diálogos insulsos, como en El desprecio, su mayor defecto es la trivialidad. ¿Me amas? ¿Tú también me amas? Sí. Sí. Sí. O un diálogo con el marido: “¿Qué es un triángulo equilátero?” “Je ne sais pas”. ¡Si es de primaria!
Y luego la manía de simultanear con el diálogo unos letreros que no se pueden leer.
Y la cobardía de recrearse en la desnudez de ella y en cambio ellos están más vestidos que un palmito.
La escena en la que se oye un disco de una mujer que ríe con una risa tonta es casi insultante.
La excusa es que son fragmentos de una película rodada en 1964. Una buena coartada para eludir contar una historia con más hechos y menos palabrería.
A favor que, como de costumbre, la banda sonora es música clásica, pero algo paralelo, nada que ver con la acción e interrumpida a los 10 segundos. Y una muy buena fotografía en blanco y negro.
En contra, las “genialidades” de invertir la cámara, sin venir a cuento.
Si se compara esto con Vivre sa vie, de 1962, se verá la diferencia entre un Godard que no y un Godard que sí.
El marido le dice a ella: “¿Por qué siempre preguntas tonterías?” Sí, Godard, por qué incluyes tantas tonterías en el guión?
Me gustó la mención a Rossellini, a quien Godard admiraba, con toda la razón. De hecho, Rossellini ya había tratado de estas desavenencias matrimoniales diez años antes, en la espléndida Viaggio in Italia.
En este tipo de películas no cabe el spoiler porque da igual cómo acaban,