Vuelta del cine francés a las grandes pantallas cinematográficas con un filme que nos trae un soplo de aire fresco, cimentada por grandes valores humanos. La película se encuentra enfrascada en términos de amistad, convivencia, represiones, inocencia, ignorancia, amor a la letura, que aúpa quizás el principal tema de la historia: La impermanencia propia de la vejez.

Es ahí donde el metraje deposita todas sus fuerzas para sustendar el arduo trabajo que consiste realizar una película (lo supongo, ya que soy un cinéfilo cualquiera), se apoya perfilando la personalidad de personajes secundarios y sus historias, se complementa con la relación madre-hijo propia del protagonista (un gran Gérard, en el amplio sentido de la palabra), su relación de pareja con Sophie para, realizar el gran dibujo de todo el metraje, relación del protagonista con Magueritte.

Dicha relación da forma al instante y es empatizada por el espectador, sin embargo, forzosamente nos la creemos por lo encantador del momento, y las situaciones van surgiendo mientras ellos van escribiendo (y escuchando) su relación de amistad. El problema radica en la inverosimilitud del todo, unido a desenlaces poco profundos, no por la carga emotiva-lacrimógena que, sin llegar a ser desesperadamente alta, es considerable, sino poco profundos por su innegable sencillez y previsibilidad, poco profundos al sólo subrayar un trazo tan prometedor.

Quizás seas de lo que lees esta crítica para decidir verla o no. ¿Recomendable? Por supuesto, la cinta es entretenida salvo algún momento que sólo diría llevadera, en ningún caso aburrida. Partimos de que el espectador sabe qué tipo de película va a visionar, por tanto, dentro de su género, cumple su cometido, quedándose algo lejos de grandes películas melodramáticas-existencialistas.