Christopher Plummer encarna a Sherlock Holmes. Esta es una deducción sencilla, ya que responde a tal nombre, utiliza esa absurda indumentaria que tanta rabia le daba a Conan Doyle, comparte un piso de la calle Baker con el Doctor Watson, tiene un laboratorio en el salón, fuma en pipa, toca el violín y en una ocasión hasta se disfraza.
Sin embargo, no hay ni rastro de su dicharachero parlamento, ni de su humor, ni de su destreza en la lucha, ni de su caprichoso y divertido temperamento infantil. Y lo que es peor, apenas se aprecia su asombrosa capacidad deductiva, esa por la cual este tío se hizo famoso en el mundo entero.
En esta peli Holmes lloriquea, se desmaya cada vez que pelea con alguien, permite que otras personas demuestren ser más listas que él y hace una disertación final sobre sus deducciones más aburrida y más larga que el debate sobre el estado de la nación, e igual de emocionante.

A las claras: Esta peli es un rollo, tirando a cutre.

Como curiosidad, fijarse en que la cosa va de masones y a Watson lo interpreta James Mason (del inglés: masón)

Y tras este último apunte estúpido, ya sólo me queda decir que si este fuese un relato de Conan Doyle, se titularía: La aventura de la mollera vacía.