Nunca más podré pasar por la tienda de souvenirs de un museo dónde se amontonan los posavasos, abanicos y agendas con las imágenes de los cuadros de Klimt sin recordar el desagrado que sentí viendo esta película. La película supongo, trata de representar la locura de Klimt afectado de neurosífilis, tratando de volver loco al espectador con una banda sonora que en algunos casos sobra y la mayor parte del tiempo molesta, un movimiento de cámara, llamémosle de carrusel, al principio de la película que raya en el ridículo, y unos personajes que no son presentados en la película sino vomitados y nadie sabe exactamente que hacen allí ni quienes son, y realmente tampoco importa. Al igual que el personaje de Klimt una especie de pasota frente a la vida, correcto y tan aburrido que su previsible amigo imaginario se convierte en inspector de hacienda. Es una lástima lo que Raúl Ruiz hace con este proyecto, es un director tan falto de talento que ha conseguido lo que no habían conseguido empresas de merchandising: que odie a Klimt.