No pensaba verla, ni quería ir a verla, yo quería ir a ver Ratatouille o Locos por el surf, haber si me devolvían la fe en el cine de animación digital que lleva unos dos años de capa caída (salvo alguna excepción como Ratónpolis), pero por cosas del sufragio universal acabe viendo esta película.

No quería ver esta película, ¿y por qué?, porque me esperaba la típica comedia americana, llena de tópicos, en que la historia se puede resumir a lo siguiente: Una pareja, familia... que o bien son muy felices o bien ni se relacionan, les surge un problema, que les hace empezar a discutir, o a discutir aún más, y que finalmente les hace ver lo bonita que es la vida viviendo juntos, dándonos una gran lección moral que nunca podremos olvidar, y todo ello aderezado con unos gags la mar de “ingeniosos”.

Pues esta película sigue el mismo patrón, pero la diferencia radica en que mientras en las otras te quedas mirando a la pantalla con cara asco y deseando que acabe ya, en esta sorprendentemente me reí, y más de una vez, y esto gracias sobretodo a un Robin Williams en estado de gracia, haciendo de cura psicópata, y a Josh Flitter que hace de Williams en chico.

La película en sí puede tener muchos fallos, pero estamos ante una película cuyo principal objetivo es hacer reír y que pases un buen rato, y puedo asegurar que lo consigue. A mí al menos me saco una sonrisa e hizo que me doliera menos el atraco al que fui sometido en la taquilla, cosa que no puedo decir de películas con nota más alta como Shrek tercero.