Lo que son las cosas: en 1992, cuando uno acude al Cine a ver BELLE ÉPOQUE, se encuentra en la pantalla con buena parte de la flor y nata de la escena contemporánea. Tres décadas después, Jorge Sanz, Ariadna Gil y Maribel Verdú, al otro lado, resultan ser unos niños. Y Penélope Cruz, por su parte, parece recién destetada.
Fueron unos años tristísimos, para los que los vivieron. Y nuestra querida España ya no volvió a ser la misma. Es por eso que, aun con el trasfondo de la más pavorosa página de nuestra historia reciente, se agradece que viniera Fernando Trueba para arrojar algo de sol y de calor, y de amor, al episodio. Pues es gracioso el vaivén de Juanito, el más rico de todo el pueblo, son graciosos los delirios de ese cura veleidoso y es graciosa, y cálida, la forma en que don Rafael Azcona, que en paz descanse, nos despojó siquiera momentáneamente de prejuicios y de antifaces por presentar, allende los mares, a un país fragmentado que, por un par de horas, sabía reír unido en una sala llena de butacas.