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Voto de Carlos del Río:
4
Drama Ivan Locke (Tom Hardy) es un prestigioso capataz de grandes obras que ha tenido que trabajar muy duro para alcanzar su sueño: llevar una buena vida, con un buen trabajo y una familia que le quiere. Sin embargo, un día, en la víspera de su encargo más importante, recibe una llamada que le empuja a tomar una decisión que quizás eche toda su vida por tierra. Desde ese momento tendrá que emprender una peligrosa huida a contrarreloj. (FILMAFFINITY) [+]
22 de septiembre de 2014
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El constructor Ivan Locke (Tom Hardy) una noche sale del trabajo, y en vez de volver a casa, se pone a conducir en dirección a Londres. A lo largo de trayecto, y a través de llamadas telefónicas, Locke tendrá que resolver tres conflictos: asegurarse de que el vertido de hormigón de una obra para el día siguiente vaya bien, asegurarse de llegar a Londres sano, y contarle a su mujer por qué está yendo a la capital.

Lo que fuerza a Locke a ir a Londres a esas horas, es que va a tener un hijo con otra mujer, y su familia no sabe nada. Con la otra mujer solo estuvo una noche, y se le ha adelantado el embarazo; por eso sale precipitadamente. El nacimiento no puede llegar un peor día, ya que a la mañana siguiente le toca supervisar el mayor vertido de hormigón de Europa, y tiene que asegurarse de que todo esté bien; y con su familia tenía planificada una noche viendo el fútbol. De los tres conflictos que tiene, a mí me resultaban interesantes los de su familia y la mujer que da a luz; el del trabajo me daba bastante igual.

A medida que avanza la película, descubres que Locke es un hombre muy íntegro, que nunca ha fallado ni en casa ni en el trabajo (la cana al aire que echó es la única de toda su vida). Para justificar que vaya a Londres, Steven Knight le crea un trauma que lleva arrastrando toda la vida: su padre le abandonó de niño, y él no hará eso con el hijo bastardo que está a punto de tener.

A parte de lo forzado que queda en pantalla ver a Tom Hardy hablando con un pasajero invisible en el asiento de atrás (eso en teatro te lo tragas, pero en cine no), no tiene sentido, por mucho trauma que tenga, que eche por tierra toda su vida por una mujer y un niño por los que no siente nada.

Si es tan íntegro como lo pintan (al parecer, hacia tiempo que había decidido estar en el nacimiento y darle su apellido al crío), no te crees que no se lo contara cara a cara a su mujer. Y si es tan íntegro y ama tanto su trabajo (incluso cuando lo despiden, decide que irá por la mañana a supervisar la obra), no te crees que no esté preparando el momento más importante de su carrera.

Y luego tiene la cuestión visual. Al ser el cine un medio eminentemente visual, la película pierde mucha fuerza porque en las conversaciones nunca ves los contraplanos, los cuales al menos darían más emoción al viaje porque verías a actores.

Las originalidades en el cine están bien si sirven para contar mejor las historias; si son caprichos del director que las empeoran, por mucho que deslumbren a la crítica, sobran.
Carlos del Río
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