Es muy tentador considerar a Charles Laughton el catalizador de una peli como “Testigo de cargo”. Desde su primera exhibición de sorna ante la enfermera Plimsoll, todo pasa por él. Y entramos de cabeza en su juego, no podemos evitar sentirnos deslumbrados por su monóculo y seguir el camino que va trazando sabiamente -como trasunto del propio Wilder- hasta llegar al mítico desenlace. Pero quien realmente sujeta las riendas de la trama, así lo indica el propio título, es Marlene.
Nos fascina en cada aparición, en ese modo de exhibirse ausente y rotundamente presente.
Nos aterra en cada una de sus bruscas reacciones.
Nos seduce cantando, callando y crispando a tirios y troyanos.
Los quiebros que da la historia están en sus manos y bien que los aprovecha. Si Marlene no nos engancha, es muy probable que queramos considerar este film como una obra menor al lado del poker de comedias que la sucedieron. Craso error.