A estas alturas qué voy a decir yo de mi adorado Van Damme. Que la gente hable, que hable y suelte por la boca lo que le venga en gana, que no por mucho insultar se tiene más razón. Ya sabemos que «cierto» cine de acción está vapuleado y desprestigiado hasta el más completo absurdo, como es el caso.

«Muerte súbita», en un claro paralelismo con «La jungla de cristal» pero sin ser una copia como algunos afirman, funciona por sí misma a base de un protagonista con el carisma y la fuerza de Jean-Claude Van Damme, un escenario irrepetible en un estadio de hockey repleto de aficionados y un grupo de secuestradores con un líder que es mucho más de lo que aparenta. Alguna que otra sorpresa en la intriga, amor incondicional representado en dos hijos que ven a su padre como un héroe antes de convertirse en héroe, en especial la niña, que te roba el corazón por dulce, cariñosa y por tener tanto carácter; y unas buenas y claras (¡sobre todo claras, por favor!) secuencias de acción, con patadas y variopintos ingenios para luchar contra el enemigo.

Genial esa fusión de deporte y lucha, con un partido en el que, sin que nadie lo sepa, se están jugando más que una copa. El desenlace es tenso, in extremis, y a algunos les parecerá mucha fantasmada que McCord se cuelgue por el techo del estadio, pero hay que reconocer que está muy bien pensado, así como cada uno de los pasos del guión, donde, como ya se ha comentado, todo tiene sentido.

Me ha encantado. Para disfrutarla de principio a fin y pasar un rato entretenidísimo. Fuera prejuicios.