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España España · Málaga
Voto de Kaori:
4
Drama Ramón (Javier Bardem) lleva casi treinta años postrado en una cama al cuidado de su familia. Su única ventana al mundo es la de su habitación, que da al mar, donde sufrió el accidente que interrumpió su juventud. Desde entonces, su único deseo es morir dignamente. En su vida ejercen una gran influencia dos mujeres: Julia (Belén Rueda), una abogada que apoya su causa, y Rosa (Lola Dueñas), una vecina que intenta convencerlo de que vivir ... [+]
26 de abril de 2014
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El otro día leía un reportaje sobre un joven de veintiún años diagnosticado a los cuatro de distrofia muscular de Duchenne, enfermedad degenerativa que sólo le permite, a día de hoy, mover la cabeza y uno de sus dedos. Se ha licenciado con honores, ha triunfado en un exclusivo bufete, ha hecho una fortuna, ha invertido en investigación científica y ahora anda de éxitos en el mundo del póquer. Quizás algunos le conozcáis, pero yo no diré su nombre, porque no creo que tenga derecho a escribirlo.

Espero que se me entienda cuando digo que, si hay que posicionarse en una causa, yo me uno al bando de los competitivos, de los optimistas, de los que tienen la heroicidad de ir superando y conquistando obstáculos, amando la vida en toda su miseria, dificultad y alegría. ¿Qué es eso de «vida digna», de «muerte digna»? ¡Qué ofensa más grande! Qué desprecio tan enorme a la voluntad y a la grandeza de esos seres humanos que viven contra todo prejuicio y lástima en una adversidad que el resto no podemos ni imaginarnos. Las ganas de vivir son algo personal e intransferible, y hasta se comprende el derrotismo y la depresión, pero que tomemos esta actitud como un derecho o que pretendamos normalizarla es lo que desconcierta, lo que produce rechazo. ¿Se es tan permisivo ante el deseo de morir cuando la persona no se encuentra enferma? Me parece a mi que no, así que algo falla en ese pretendido derecho.

El problema de «Mar adentro» es que es falsaria, inmadura y demagoga, no que promueva un alegato a favor del derecho a suicidarse, que quede claro. En la película no hay debate, no hay verdadera emoción, ni explicación a nada. El porqué de vivir o de morir requeriría de algo mucho más desolador y profundo, y Amenábar repite el mismo planteamiento sin que haya oposición al dogma de Ramón Sampedro. Su diálogo con el cura, que podría ser tremendamente interesante, no alumbra más ideas; vuelve a ser un qué-mala-es-la-iglesia, sin más. El colmo es cuando Ramón le llega a decir «cerebro de serrín» a su hermano, contrario implacable a la eutanasia, él que pide tanto respeto. Se atreve a llamarle «cerebro de serrín» a este buen hombre que se ha entregado a él por completo, se atreve a despreciar sus opiniones porque no son las suyas, él, que no admite juicios de ningún tipo.

«Mar adentro» tiene una factura decepcionante, en exceso blanda, claramente cursi, con tramas innecesarias (la de Belén Rueda, por ejemplo) y con una vocación lírica y poética pretenciosa, superflua, forzada, impostada, y además redundante; no hace falta que nos pongan los sueños de Ramón volando por los aires y besando a Julia. Queda mal, es un recurso que delata incompetencia para mostrar, insinuar los sentimientos y anhelos sin necesidad de deletrearlos de la manera más obvia. El montaje no ayuda mucho, y la intensidad brilla por su ausencia. Los actores son lo más rescatable, pero Javier Bardem no está tan excepcional como algunos aseguran.

Aunque mantiene el interés, el mar de sus errores y debilidades termina ahogándola.
Kaori
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