Seré de las pocas personas que no ha visto la serie «Mr. Bean». Mentiría si dijese que no he visto nada de nada, porque siempre te encuentras con algo, pero no conozco al personaje ni su humor lo suficiente como para poder comparar. Así que me ciño a la película que tenemos aquí, «Bean, lo último en cine catastrófico», cuyo título es en verdad muy ingenioso.

La verdad es que como espectadora he sufrido el mismo proceso emocional y psicológico que la familia coprotagonista de «Bean»: que empecé odiándolo y terminé queriéndolo. ¿Esto por qué? Porque Bean es un desastre completo, no se puede negar, y lo peor es que no es consciente de que lo es y de que va haciéndole las puñetas a los demás. Encima a veces hasta se regodea, igual que un niño malcriado. Lo lógico es pensar que este hombre tiene algún tipo de deficiencia mental, lo cual no podemos descartarlo, oye. Sin embargo, ocurre algo muy extraño a medida que vamos conociéndolo: que ves que es de buen corazón, que tiene también la inocencia de los niños y que es una persona que está muy sola y necesita amor, aunque esto sea algo que por supuesto él jamás diría. Ese final en Londres es entrañable.

Claro, que «Bean» es una comedia, así que hay que ver si funciona como comedia. Realmente, solo tiene una buena escena, que es la del cuadro, creo que en eso estamos todos de acuerdo; esa parte es muy divertida y quedará en nuestra memoria porque lo vale. A mí el discurso también me hizo gracia y el momento canapés estuvo muy bien. En general es simpática, pero no especialmente divertida, todo hay que decirlo.

Entretenida.