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Voto de Marty Maher:
2
Drama. Comedia Joy Mangano, una humilde trabajadora de Long Island, acabó convirtiéndose en una popular inventora de productos del hogar y también en uno de los rostros más conocidos de la teletienda americana. (FILMAFFINITY)
5 de enero de 2016
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película abre con una escena de telenovela en la que vemos a tres personajes discutir por medio del plano general de una habitación. Más tarde, cuando la cinta se dedica a presentar a los diferentes personajes con los que Joy cohabita, vemos cómo su madre contempla en la televisión esa misma escena pero filmada por medio de plano-contraplano. No mentiría si digo que hubiera preferido ver esa misma escena desde un número indefinido de puntos de vista diferentes antes que Joy. Esto es para que os hagáis una idea de lo que para mí ha supuesto el visionado de esta cinta, sin duda lo peor que ha hecho David O. Russell en su carrera.

Sin ser ni mucho menos fan del director neoyorkino, más que nada porque creo que sus cualidades como director no son demasiadas, hasta ahora no había hecho una película que me disgustara y que no disfrutase. Repito, hasta ahora. Porque, digámoslo ya, Joy es un absoluto despropósito. Una de esas películas que le hacen preguntarse a uno si de verdad el director confiaba en su idea, o más bien en el desarrollo de la misma. Joy desprende un aroma de película inacabada que hace de ella una sucesión de escenas que, a modo de espiral, nos introducen en una burbuja de hastío en la que asistimos a la problemática de una mujer en el seno de una familia totalmente descompuesta.

No es nada nuevo que una película de David O. Russell circule sin rumbo fijo durante gran parte de su metraje, pues sus tres anteriores trabajos adolecían ciertos problemas en sus tramos centrales, pero en Joy esto se acentúa al desaparecer las virtudes habituales de su cine. Pero claro, llamamos virtudes a un dinamismo o frenetismo que, unido a personajes medianamente atractivos y bien interpretados, hacía de sus películas entretenimientos más que dignos. Aquí los personajes acusan una excesiva contención, a pesar de que en su presentación dé la sensación de que son las mismas personalidades excéntricas de otras veces. El único cometido de los secundarios es estorbar a una Jennifer Lawrence que está sola contra el mundo -y contra la propia película-.

Si se puede acusar al director de una alarmante faltas de ideas, que podría evidenciarse a través de la facilidad con la que echa mano de historias basadas en hechos reales, aún más preocupantes son sus problemas para desarrollar las mismas. Ante estructuras caóticas en su totalidad, las obras salían a flote con las virtudes mencionadas anteriormente, además de algunos diálogos ingeniosos que facilitaban el trabajo de sus notables repartos. Sin embargo, aquí esos diálogos brillan por su ausencia, derivando en un compendio de situaciones y discusiones vulgares que, más allá de pertenecer a una época que en cierto modo lo justifica, denotan su incapacidad para profundizar en toda problemática social a tratar.

Ante la principal y seductora idea de mostrar que no existen límites a la hora de cumplir tus sueños, O. Russell prefiere dar importancia a las reiterativos y poco productivos problemas familiares de Joy, cuyo exceso de dedicación prohíbe construir un personaje más potente -y coherente- y con el suficiente interés como para salvar la película. Un flashforward final a modo de epílogo resume en escasos cinco minutos esa incoherencia en el desarrollo del personaje protagonista, cuya historia y logros reales quedan eclipsados por su patetismo y el de todos los de su alrededor. Jennifer Lawrence cumple, e incluso brilla, ante tamaño desastre de David O. Russell.
Marty Maher
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