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Voto de Anibal Ricci:
7
Drama Fred Ballinger (Michael Caine), un gran director de orquesta, pasa unas vacaciones en un hotel de los Alpes con su hija Lena y su amigo Mick, un director de cine al que le cuesta acabar su última película. Fred hace tiempo que ha renunciado a su carrera musical, pero hay alguien que quiere que vuelva a trabajar; desde Londres llega un emisario de la reina Isabel, que debe convencerlo para dirigir un concierto en el Palacio de ... [+]
17 de agosto de 2016
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta nueva cinta del cineasta italiano constituye una profundización del tema de la vejez y la muerte, ya insinuado en “La Grande Bellezza” (2013). Insiste en escenas ampulosas, algo pedantes, pero se trata de una apuesta melancólica diferente donde los diálogos son más significativos que la fluidez de las imágenes. Antes eran frívolos y daban cuenta de la insignificancia del ser humano, pero en esta nueva realización los detalles son importantes. Cada recuerdo que sale a la luz de las conversaciones implica un verdadero hallazgo, prueba de unas existencias afortunadas. La película se centra en las conversaciones de un par de amigos, un director de orquesta y un cineasta, bajo la premisa de que “la libertad es una perversión”, una forma de perder el tiempo. El tema del tiempo vuelve a tener una mirada elitista, debido a que la narración transcurre en un lujoso hotel donde los artistas privilegian la música por sobre el cine y este a su vez por sobre el fútbol y los concursos de belleza. La Canción Simple N°3 “la compuse cuando aún amaba”, da cuenta del lugar que tiene la experiencia para el director. Otros diálogos más metafóricos ocurren, por ejemplo, cuando el director de orquesta le dice al cineasta: “estabas feliz, por eso se te olvidó frenar”, en alusión a la primera experiencia sobre una bicicleta; o bien, “cuando joven todo parece muy cercano”, sólo se piensa en el futuro, en cambio, “cuando viejo todo parece más lejano”, en alusión a un pasado que crece cada día. Las actuaciones son soberbias, las de Michael Caine (director) y Harvey Keitel (cineasta), así como las de Rachel Weisz (hija del director) y Paul Dano (actor). En los últimos minutos, Sorrentino intenta abandonar su acostumbrada letanía, adentrándose en la idea de que las emociones distinguen nuestra existencia, pero este aterrizaje resulta forzado quizás porque entre la fluidez del montaje van quedando pocas escenas memorables.
Anibal Ricci
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