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Voto de Ferdydurke:
6
6,1
1 215
Drama
Donny Dubrow tiene un tienda de objetos de segunda mano que no va demasiado bien; pero, al menos, le sirve para reunir a los amigos y jugar al póker de vez en cuando. A Bobby, el chico de los recados, lo mantiene a su lado más por cariño paternal que por auténtica necesidad. Un buen dia, cuando Donny se da cuenta de que le ha vendido a un cliente, por un precio irrisorio, una moneda con la figura de un búfalo americano, decide no sólo ... [+]
22 de julio de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fracaso abismal. Derrota absoluta. Patéticos perdedores en una celebración a tumba abierta de su miseria, sin consuelo ni respuesta, porque sí, hechos, así son las cosas.
Mamet, el origen teatral de esta película, no lo pone fácil. Su teatro siempre habla de otra cosa. No paran de chamullar pero no dicen nada. Significante sin significado. Lo que dicen hace referencia a ninguna parte. Lo que de verdad está pasando existe en el vacío que dejan esas palabras muertas, en los agujeros que deja tanta charla hueca, estúpida y angustiosa, en los pocos silencios negros, desesperados, que algo muestran. Pobre intento por rellenar un vacío que les atrae irremediablemente hacia su centro, para devorarlos del todo, la confirmación inevitable de su total inexistencia, de su vida muerta.
Son obras antiintelectuales, de personajes sin cultura, en las que no se citan grandes nombres ni se reelaboran sutiles conceptos, pero su ambición, justamente por esa apuesta tan radical y a la contra, con tanta intención y estilo, sí es muy intelectual, la de nombrar la verdad profunda de las cosas, el retrato exacto de las personas, aunque sea de manera oblicua o metafórica, lo que se esconde tras lo que se dice, mostrar el juego, que todo es un juego perverso, sucio, inocente y mentiroso, de todos, contra todos, sus tristes trucos, todas las ridículas triquiñuelas, sus torpes trampas, esas cartas marcadas que no enseñan pero tanto se notan. Toda esa fantasmagoría absurda.
Tres personajes y un golpe. Poca inteligencia. Castillos en el aire para huir de la realidad, del desastre oceánico de sus vidas arruinadas, tiradas a la basura, directas al sumidero, reflejo de la otra cara de América, la que no se nombra pero asusta, la que está agazapada tras las sombras, en callejones sin esquina, en esos garitos, esas casas de empeños y apuestas, licorerías, trapicheo, trapisonda, negocios de poca monta, negocios de casi muertos que respiran un poco, para disimular, mientras se acaba el juego; para tratar de tapar lo mie(r)dosos que son, pobres desgraciados y miserables, sin agallas, cerebro ni criterio, su honda incompetencia y perfecta necedad.
Y otros tres personajes como reflejo, que aquí no salen pero a los que se hace continua referencia. Que les va un poco mejor, o eso parece, pero igual seguramente, están hechos de la misma materia espuria, pasta corrupta, pringosa y ponzoñosa, inútil e inservible. Dos lesbianas y un timador al que rompen la quijada unos chicanos, eso cuenta la leyenda, al menos.
La acción, las luchas o duelos verbales, se construye y deconstruye a cada rato. En cuanto parece que se afirma algo, se niega al instante siguiente, nada tiene peso ni entidad, los personajes apenas tienen identidad o volumen, son casi etéreos, unos pocos primarios deseos y mucho miedo, la inconsistencia más rotunda, parecen siluetas borrosas dibujadas por un pintor ciego, sueños de moribundo.
Ni buenos ni malos, ni culpables ni inocentes, todos se engañan y pelean, para nada, para pasar el rato y no estar solos.
Mamet es el hijo de Samuel Beckett y Arthur Miller, la desolación bien humorada del primero, su experimentación con el lenguaje, trasladada al contexto mercantil del mundo americano del segundo, a la crítica de ese continuo emprendimiento sin sentido, la actividad sin fin ni motivo, el protestantismo, el rampante capitalismo, esa transformación de todo en negocio.
La negación radical de todo, hasta del lenguaje mismo y su posible sentido como instrumento de trascendencia, de conocimiento o incluso de mínima comunicación, nada, ni eso, solo es ruido, humo, vaho, sonido de fondo, la disléxica música de las esferas, el vacío del universo entero, atravesada por un humor compasivo, atado todo a un mundo de industria absurda, de movimiento perpetuo y ciego, de pavor al silencio, a la pausa, a la reflexión, a la pura contemplación, al detenimiento, al, por una vez, no entretenimiento, en fin, la crítica a la exaltación de un progreso necio, hacia el abismo, a la espera vana de algo que nunca llega.
Mamet, el origen teatral de esta película, no lo pone fácil. Su teatro siempre habla de otra cosa. No paran de chamullar pero no dicen nada. Significante sin significado. Lo que dicen hace referencia a ninguna parte. Lo que de verdad está pasando existe en el vacío que dejan esas palabras muertas, en los agujeros que deja tanta charla hueca, estúpida y angustiosa, en los pocos silencios negros, desesperados, que algo muestran. Pobre intento por rellenar un vacío que les atrae irremediablemente hacia su centro, para devorarlos del todo, la confirmación inevitable de su total inexistencia, de su vida muerta.
Son obras antiintelectuales, de personajes sin cultura, en las que no se citan grandes nombres ni se reelaboran sutiles conceptos, pero su ambición, justamente por esa apuesta tan radical y a la contra, con tanta intención y estilo, sí es muy intelectual, la de nombrar la verdad profunda de las cosas, el retrato exacto de las personas, aunque sea de manera oblicua o metafórica, lo que se esconde tras lo que se dice, mostrar el juego, que todo es un juego perverso, sucio, inocente y mentiroso, de todos, contra todos, sus tristes trucos, todas las ridículas triquiñuelas, sus torpes trampas, esas cartas marcadas que no enseñan pero tanto se notan. Toda esa fantasmagoría absurda.
Tres personajes y un golpe. Poca inteligencia. Castillos en el aire para huir de la realidad, del desastre oceánico de sus vidas arruinadas, tiradas a la basura, directas al sumidero, reflejo de la otra cara de América, la que no se nombra pero asusta, la que está agazapada tras las sombras, en callejones sin esquina, en esos garitos, esas casas de empeños y apuestas, licorerías, trapicheo, trapisonda, negocios de poca monta, negocios de casi muertos que respiran un poco, para disimular, mientras se acaba el juego; para tratar de tapar lo mie(r)dosos que son, pobres desgraciados y miserables, sin agallas, cerebro ni criterio, su honda incompetencia y perfecta necedad.
Y otros tres personajes como reflejo, que aquí no salen pero a los que se hace continua referencia. Que les va un poco mejor, o eso parece, pero igual seguramente, están hechos de la misma materia espuria, pasta corrupta, pringosa y ponzoñosa, inútil e inservible. Dos lesbianas y un timador al que rompen la quijada unos chicanos, eso cuenta la leyenda, al menos.
La acción, las luchas o duelos verbales, se construye y deconstruye a cada rato. En cuanto parece que se afirma algo, se niega al instante siguiente, nada tiene peso ni entidad, los personajes apenas tienen identidad o volumen, son casi etéreos, unos pocos primarios deseos y mucho miedo, la inconsistencia más rotunda, parecen siluetas borrosas dibujadas por un pintor ciego, sueños de moribundo.
Ni buenos ni malos, ni culpables ni inocentes, todos se engañan y pelean, para nada, para pasar el rato y no estar solos.
Mamet es el hijo de Samuel Beckett y Arthur Miller, la desolación bien humorada del primero, su experimentación con el lenguaje, trasladada al contexto mercantil del mundo americano del segundo, a la crítica de ese continuo emprendimiento sin sentido, la actividad sin fin ni motivo, el protestantismo, el rampante capitalismo, esa transformación de todo en negocio.
La negación radical de todo, hasta del lenguaje mismo y su posible sentido como instrumento de trascendencia, de conocimiento o incluso de mínima comunicación, nada, ni eso, solo es ruido, humo, vaho, sonido de fondo, la disléxica música de las esferas, el vacío del universo entero, atravesada por un humor compasivo, atado todo a un mundo de industria absurda, de movimiento perpetuo y ciego, de pavor al silencio, a la pausa, a la reflexión, a la pura contemplación, al detenimiento, al, por una vez, no entretenimiento, en fin, la crítica a la exaltación de un progreso necio, hacia el abismo, a la espera vana de algo que nunca llega.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El de la tienda, Dennis Franz, es un poco más estable y a su manera terca bueno, también más estúpido y manipulable.
Hoffman es más inteligente, pero también más inútil, no tiene ni siquiera oficio o negocio, eso parece, solo su labia, rabia y debacle.
El chico negro, Sean Nelson, es un pobre ex yonqui, tramposo de medio pelo, más desgraciado si cabe que los otros dos risibles elementos. Por eso se lleva el golpe más fuerte, el que verdaderamente hace daño, se siente.
La película, Mamet y Corrente, nos hace una pequeña trampa, también, como ellos, nos da a entender que el chaval les estaba engañando respecto al otro colega, y no, estaba realmente en el hospital. Pero sí, porque les había engañado respecto al tipo que supuestamente se había largado. Así es todo el rato, sí pero no, no pero sí, da igual realmente, parece que no pero miente finalmente, es culpable pero es inocente, estalla pero se calma a continuación, parece que esta vez va a hacer por fin algo, pero tampoco definitivamente, todo se inicia y finaliza a la vez, antes de comenzar, construcción y destrucción simultáneamente para acabar siempre en el mismo punto muerto, en el cero completo, redondo, aborto.
Los actores están muy bien. La película es muy simpática y querible a pesar de su apariencia deprimente y abstrusa, pese a la indudable tentación del soberano aburrimiento, no está hecha para gustar ni agradar, y no, no lo hace demasiado, solo a medias, lo justo, suficiente. Lo mismo que son adorables sus miserables personajes, porque el autor se apiada de ellos, son zarrapastrosos, imposibles, lo peor de todo, y por eso mismo son tan humanos, tan como todos, justo como nosotros, como tú y como yo, aunque no lo queramos, parezca, qué va, ni por somo, o lo reconozcamos, yo os lo digo, adiós, con el corazón en la mano.
Hoffman es más inteligente, pero también más inútil, no tiene ni siquiera oficio o negocio, eso parece, solo su labia, rabia y debacle.
El chico negro, Sean Nelson, es un pobre ex yonqui, tramposo de medio pelo, más desgraciado si cabe que los otros dos risibles elementos. Por eso se lleva el golpe más fuerte, el que verdaderamente hace daño, se siente.
La película, Mamet y Corrente, nos hace una pequeña trampa, también, como ellos, nos da a entender que el chaval les estaba engañando respecto al otro colega, y no, estaba realmente en el hospital. Pero sí, porque les había engañado respecto al tipo que supuestamente se había largado. Así es todo el rato, sí pero no, no pero sí, da igual realmente, parece que no pero miente finalmente, es culpable pero es inocente, estalla pero se calma a continuación, parece que esta vez va a hacer por fin algo, pero tampoco definitivamente, todo se inicia y finaliza a la vez, antes de comenzar, construcción y destrucción simultáneamente para acabar siempre en el mismo punto muerto, en el cero completo, redondo, aborto.
Los actores están muy bien. La película es muy simpática y querible a pesar de su apariencia deprimente y abstrusa, pese a la indudable tentación del soberano aburrimiento, no está hecha para gustar ni agradar, y no, no lo hace demasiado, solo a medias, lo justo, suficiente. Lo mismo que son adorables sus miserables personajes, porque el autor se apiada de ellos, son zarrapastrosos, imposibles, lo peor de todo, y por eso mismo son tan humanos, tan como todos, justo como nosotros, como tú y como yo, aunque no lo queramos, parezca, qué va, ni por somo, o lo reconozcamos, yo os lo digo, adiós, con el corazón en la mano.