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Voto de Ferdydurke:
7
6,1
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Drama
Año 1937, en el Frente de Aragón, en plena Guerra Civil Española. Lluís, un joven oficial republicano, destinado a un puesto temporalmente inactivo en un páramo desierto, conoce a una enigmática viuda de la que se enamora. (FILMAFFINITY)
19 de marzo de 2017
18 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
No esperaba menos de Agustí Villaronga, personalidades torturadas, moralidades tortuosas, ambivalencia monstruosa, oscuridad, desgarro, espanto y el hombre sajado por mil distintas contradicciones, afanes y desafueros, estrujado por mil pasiones y cobardías entreveradas, con la muerte a la espera, sin prisa ni piedad. Un cuadro barroco de belleza tétrica y horror lírico, con su inevitable dosis de tosquedad narrativa y realismo áspero.
Habría que hacerle un monumento a Agustí Villaronga. Por raro, por diferente, por honesto y temerario. Por no ser de la manada y atreverse a contar sin recurrir a lo habitual, a lo más querido, convencional y festejado en este país nuestro (España). Me refiero a la utilización espuria del ayer, a su conversión en un trozo de materia hedionda, supurando maniqueísmo, simpleza, panfleto, tergiversación, oportunismo, desvergüenza y obviedad, como si todos los hijos, nietos o ya bisnietos de la horrible guerra fueran del bando bueno, del moral y justo, como si nadie (solo los otros) hubiera cometido felonías durante aquellos abominables días, como si los antepasados de todos hubieran sido blancos y puros, en fin, como si el pasado fuera una sábana blanca y pura o una pizarra en la que se escribe con renglones torcidos, llenos de malevolencia pueril y malintencionada, alentada, muchas veces creada o impulsada, toda esta maraña de infecta e infantil propaganda, por los poderes públicos, por esos políticos que suelen utilizar nuestro acervo más desgraciado como arma arrojadiza por un puñado de miserables votos, y permitido y consentido, todo, por una población que suele amar los lugares comunes, los bandos y las excusas fáciles para poder tener un enemigo y así ponerse del lado de los vencedores, aunque estos varíen según los tiempos o los colores de los que mandan, según el momento, la cosa es adaptarse, simplificar y amoldar el discurso, la cuestión es ser de los que cuenta las noticias y siempre se apunta todos los tantos, lo fundamental es pillar cacho, tajada, lo que sea, qué hay de lo mío o, por lo menos, poder gritar más alto cuando toque.
Bueno, pues Agustí Villaronga (al contrario que las líneas anteriores) suele tener la valentía de contar historias sobre complejos individuos, no sobre generalidades prejuiciosas cargadas de ideología interesada, tendenciosa y chabacana; sus personajes son hombres y mujeres escindidos, divididos, turbios, sufrientes y salvajes, llenos de ira y amor, de dolor y alegría (menos), de pena y esperanza, que van dando tumbos hasta acabar cayendo en la misma tierra que todos, tras parecidos encontronazos y colisiones que el resto, que la mayoría.
Es cierto que a veces tiene querencia por el tremendismo sórdido, pero aun así vale la pena como antídoto ante tanto caramelo y gazmoñería que nos rodea, ante una censura omnímoda y apenas visible, ante tanto azúcar, cursiladas y buenismo que solo esconden hipocresía y caradura.
El caso, ahora, una vez situado al autor al amparo de nuestra simpatía y en el contexto de nuestra espinosa geografía nacional, cultural e intelectual, es preguntarse por esta película concretamente, si está bien armada o se pierde y nada cuenta. Diría que es una narración sólida, coherente, bien estructurada, un realismo rudo que deriva hacia cierta fantasmagoría y giros dramáticos quizás un poco forzados y demasiado melodramáticos, tal vez excesivos o forzados, pero en líneas generales la trama es un buen sostén para mostrar una ecuación siniestra sobre un cuarteto humano en ambiente bélico.
Habría que hacerle un monumento a Agustí Villaronga. Por raro, por diferente, por honesto y temerario. Por no ser de la manada y atreverse a contar sin recurrir a lo habitual, a lo más querido, convencional y festejado en este país nuestro (España). Me refiero a la utilización espuria del ayer, a su conversión en un trozo de materia hedionda, supurando maniqueísmo, simpleza, panfleto, tergiversación, oportunismo, desvergüenza y obviedad, como si todos los hijos, nietos o ya bisnietos de la horrible guerra fueran del bando bueno, del moral y justo, como si nadie (solo los otros) hubiera cometido felonías durante aquellos abominables días, como si los antepasados de todos hubieran sido blancos y puros, en fin, como si el pasado fuera una sábana blanca y pura o una pizarra en la que se escribe con renglones torcidos, llenos de malevolencia pueril y malintencionada, alentada, muchas veces creada o impulsada, toda esta maraña de infecta e infantil propaganda, por los poderes públicos, por esos políticos que suelen utilizar nuestro acervo más desgraciado como arma arrojadiza por un puñado de miserables votos, y permitido y consentido, todo, por una población que suele amar los lugares comunes, los bandos y las excusas fáciles para poder tener un enemigo y así ponerse del lado de los vencedores, aunque estos varíen según los tiempos o los colores de los que mandan, según el momento, la cosa es adaptarse, simplificar y amoldar el discurso, la cuestión es ser de los que cuenta las noticias y siempre se apunta todos los tantos, lo fundamental es pillar cacho, tajada, lo que sea, qué hay de lo mío o, por lo menos, poder gritar más alto cuando toque.
Bueno, pues Agustí Villaronga (al contrario que las líneas anteriores) suele tener la valentía de contar historias sobre complejos individuos, no sobre generalidades prejuiciosas cargadas de ideología interesada, tendenciosa y chabacana; sus personajes son hombres y mujeres escindidos, divididos, turbios, sufrientes y salvajes, llenos de ira y amor, de dolor y alegría (menos), de pena y esperanza, que van dando tumbos hasta acabar cayendo en la misma tierra que todos, tras parecidos encontronazos y colisiones que el resto, que la mayoría.
Es cierto que a veces tiene querencia por el tremendismo sórdido, pero aun así vale la pena como antídoto ante tanto caramelo y gazmoñería que nos rodea, ante una censura omnímoda y apenas visible, ante tanto azúcar, cursiladas y buenismo que solo esconden hipocresía y caradura.
El caso, ahora, una vez situado al autor al amparo de nuestra simpatía y en el contexto de nuestra espinosa geografía nacional, cultural e intelectual, es preguntarse por esta película concretamente, si está bien armada o se pierde y nada cuenta. Diría que es una narración sólida, coherente, bien estructurada, un realismo rudo que deriva hacia cierta fantasmagoría y giros dramáticos quizás un poco forzados y demasiado melodramáticos, tal vez excesivos o forzados, pero en líneas generales la trama es un buen sostén para mostrar una ecuación siniestra sobre un cuarteto humano en ambiente bélico.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Dos amigos y dos mujeres. El idealista, dubitativo y educado protagonista, su desenfrenado, desesperado y caótico amigo, la mujer sencilla y buena del primero y la señora de todas las tierras, tremendo personaje, feroz y vulnerable, destruida (casi) y decidida, implacable y frágil. Estos personajes, tan ricos y ambiguos, sirven a su vez como metáforas jugosas de la contienda y como reflejo distorsionado aunque bastante aproximado del país en el que luchan. Además de ser utilizados como equívoco intercambio de valores morales convencionales (la visión del autor no juzga, solo enseña, es el espectador el que debe valorar o hacerse una idea). Es decir, el bueno es el malo y viceversa. El candoroso e ignorante protagonista es un cobarde, cutre y egoísta elemento, en cambio, el traidor, asesino y desequilibrado amigo es valiente, generoso y sacrificado. O con las mujeres. La viuda, según quién lo diga, puede ser la gran puerca, marrana o puta, madre de dos bastardicos y sin principio ninguno, solo trepar y urdir, versión de los vecinos, o la gran señora que administra sus bienes y cuida a sus hijos con admirable abnegación y voluntad de hierro, sola frente a todos, opinaría su pretendiente o sus posibles aliados. O tal vez una pobre víctima de un padre abominable y una condición social expoliada que gracias a su perseverancia, resistencia e inteligencia logra mejorar su situación y la de su prole, podría decirnos ella misma.
Finalmente, España como la madre terrible de Abel y Caín (Abelín o Cabel, no se sabe bien dónde empieza la estupidez egocéntrica de uno y la ira helada del otro, la destrucción confundida con la autodestrucción, la rabia con la tristeza, el caos voraz como centro cruel de todo), esos hijos/hermanos que se odian/aman atávicamente y se acaban devorando saturados de ceguera, idiotez y un fatalismo agónico que nada deja.
Los que nazcan en esa aciaga época, los que sobrevivan tras la guerra, heredarán un país asolado por la brutalidad y la mentira, enredados en miserias sin fin y condenados a cargar con una memoria llena de dolor y muerte, de incomprensión y barbarie.
Película, por tanto, en la que se juntan varios elementos; la intensa narración de las vidas de unos seres en medio del horror, la historia de un país zafio y bestial y la plasmación de una realidad que se desintegra, que es pulverizada por fuerzas que hablan de la falta de sentido y lo macabro como único destino.
El comienzo con anarquistas desaforados ya lo dice todo. Agustí juega fuerte. A ver quién es el guapo que le sigue.
Finalmente, España como la madre terrible de Abel y Caín (Abelín o Cabel, no se sabe bien dónde empieza la estupidez egocéntrica de uno y la ira helada del otro, la destrucción confundida con la autodestrucción, la rabia con la tristeza, el caos voraz como centro cruel de todo), esos hijos/hermanos que se odian/aman atávicamente y se acaban devorando saturados de ceguera, idiotez y un fatalismo agónico que nada deja.
Los que nazcan en esa aciaga época, los que sobrevivan tras la guerra, heredarán un país asolado por la brutalidad y la mentira, enredados en miserias sin fin y condenados a cargar con una memoria llena de dolor y muerte, de incomprensión y barbarie.
Película, por tanto, en la que se juntan varios elementos; la intensa narración de las vidas de unos seres en medio del horror, la historia de un país zafio y bestial y la plasmación de una realidad que se desintegra, que es pulverizada por fuerzas que hablan de la falta de sentido y lo macabro como único destino.
El comienzo con anarquistas desaforados ya lo dice todo. Agustí juega fuerte. A ver quién es el guapo que le sigue.