Ya octogenario Zanussi, físico y filósofo entre otras muchas cosas está considerado como un pilar del cine polaco con señas de identidad propia. Cine de autor cuyas claves tanto narrativas, como de denuncia social o defensa de la iglesia católica, muchas veces a contracorriente requerirían de un visionado de su extensa filmografía que un servidor desconoce. Así pues me enfrento a esta obra de madurez con una mirada virgen al respecto.

Lo primero que me encuentro es una evidente falta de pasión en lo que cuenta y como lo cuenta. Un hombre que solo creé en la ciencia y que experimenta con el éter, un compuesto químico utilizado como anestésico como panacea para aliviar el dolor en el mundo. Y lo hace de forma fría y amoral aceptando sus consecuencias y pactando con lo humano y lo inhumano para satisfacer sus ansias de conocimiento. Zanussi no le juzga, le observa con una puesta en escena elaborada que nos remite a un par de años antes de la IGM. Las diferencias de clase y sus terribles consecuencias aparecen entre subtramas de espionaje. Aderezos superfluos ante la inquebrantable voluntad de este hombre por conseguir sus fines.

Ritmo pausado, lánguido, de colores diluidos, de metraje elevado, de final controvertido, requiere paciencia en el espectador para ir separando el grano de la paja.

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