Descubro con sorpresa y agrado a los hermanos Safdie. Judíos neoyorquinos nacidos a mediados de los 80 que llevan cinco películas en la última década haciendo valer su estilo e independencia. Eso dicen y a tenor de lo visto habrá que revisitar sus anteriores trabajos y estar atentos a lo futuros. Tocan casi todos los palos: dirección,actuación, montaje, filmación, producción, guión...

Aquí nos cuentan con brío adrenalítico la historia de un perdedor que cada segundo sueña con dejar de serlo en un Nueva York inmisericorde y frenético. El thriller corre y nunca mejor dicho en paralelo a un estudio psicológico de personaje que no nos deja tregua. Un personaje tan patético como admirable en su empeño de ser feliz encarnado por un Adam Sandler que se reivindica como actor no solo de comedias y que es capaz de contagiarnos su angustia vital y al que no podemos dejar de seguir en el laberinto de ratón que los hermanos Safdie y Ronald Bronstein le han creado.

El ritmo narrativo apenas nos deja tiempo, pero si la sensación, para darnos cuenta que hay un trabajo de dirección y fotografía que merece un segundo visionado por sí solo, una vez que ya estamos liberados de la trama. Un buen hacer en el elenco de secundarios cierra un trabajo notable.

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