Casi todos los trucos que definen el cine de Hitchcock están presentes en ésta obra, pero el mago, nunca mejor dicho, pule con especial mimo y refinamiento cada plano, dibuja, o desdibuja, según convenga a su juego, cada uno de los personajes, juega a desorientar al espectador. Despliega la historia en el segundo acto y el espectador todavía está jugando con las piezas, inútiles para la trama, del primero. ¡ Es tan magistral que nos regala suspense de máxima calidad hasta en el prólogo ¡ . Nunca éste director ha conseguido ese equilibrio entre los actores, Janet Leigh y Anthony Perkins vuelan en el trapecio, se impulsan y se sostienen, al servicio de un director en estado de gracia. El final, imprevisible e imborrable.