Al principio de nuestro camino no tenemos nada alrededor. Pero en cuanto ponemos el primer pie en el camino, comenzamos a darnos cuenta de muchas cosas. Unas cosas serán buenas, otras serán menos buenas, y habrá otras muchas de las que ni siquiera sepamos su existencia en ningún momento de nuestro gran camino.

A lo largo de este recorrido nos vamos formando a nuestro alrededor una especie de defensa natural contra todo lo que no deseamos que este cerca. Ya sean situaciones o sean personas las cuales no queremos a nuestro lado durante el trayecto.

Pero a medida que vamos avanzando, la delgada fila de pequeñas y redondeadas piedras que no llegaba a las rodillas en un principio, se han convertido en bloques de piedra robusta que no deja que nada atraviese el camino que ante nosotros se nos presenta. No entran personas nuevas, ni nuevas situaciones a las que enfrentarnos. Apenas entra la luz del sol, así que todos los días parecen ser grises y sombríos en nuestro camino.

No nos damos cuenta del Muro que se ha formado en los lados del camino, hasta que un día alzamos la mirada en busca del desaparecido sol, y vemos que encima nuestro tan solo hay piedra, que no deja pasar ni un rayo de esperanza.

En este punto del recorrido, hay personas que agachan la cabeza y siguen su camino. Por el contrario hay otra gente que al ver el muro que, él mismo, ha formado a su alrededor, se detiene. Se aparta del camino y empieza a dar patadas, a empujar, o lo que haga falta para poder salir de ese muro y encontrar otro camino que seguir.

Nunca sabemos que hace falta para salir del muro.

Aunque lo primordial sea, jamás crear un Muro.