Una curiosa película de Tim Burton, donde la vida de un anciano a las puertas de la muerte es rememorada por la gente de su entorno (en especial, su descreído hijo) y por él mismo. Todo lo que rodea a este personaje es completamente absurdo y exagerado, en el buen sentido de la palabra. El viaje que recorremos mientras la vemos es bastante ameno (con algún pequeño bajón que no empaña el total) y a veces es imposible no reírse de las barbaridades que estás viendo en pantalla y que se te presentan con completa naturalidad. Con respecto al final, creo entender que no importa la mayor o menor veracidad que pudieran contener los relatos de Bloom, pues en el fondo no tienes por qué saber lo que pasó estrictamente para conocerlo, para entender su personalidad. Sus propias exageraciones y las de los que le recuerdan ya nos están diciendo sobre su persona, su manera de pensar, vivir e impresionar a todo aquel que se cruzara en su vida. Y, además, en esta vida no importa el final (que siempre es el mismo, morir), sino el camino recorrido y, también, cómo lo recuerdas. Una vida feliz e intensa es la que debió tener Edward Bloom y unos recuerdos felices e intensos (aunque exagerados) es de lo que disfrutó en sus últimos años. Todo lo demás, no importa.

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