Esta película se supone que es una secuela de Un hombre lobo americano en Londres. Lo aclaramos por si alguien se pregunta por qué quiere recordar tanto al film de culto de John Landis.
El problema es que, lejos de dar miedo, da bastante risa, y no precisamente porque los chistes sean buenos o porque quiera ser una película encuadrada en el subgénero de terror cómico. De hecho, tiene escenas bastante vergonzosas que además hoy serían destrozadas sin piedad por el nuevo feminismo (ver cuando Serafine calma a Andy mientras él está en la cama, y cómo lo hace) y no contiene nada realmente interesante o estimulante. Además, los efectos visuales son la risa también.
Se lleva un cuatro porque resulta más o menos entretenida, por Julie Delpy y porque Tom Everett Scott es un mito de los que crecimos con la infravalorada y excepcional The Wonders, pero no merece mucho la pena.