El cine coreano sigue demostrando tener mucha garra, y puede reivindicar su prestigio internacional con este título en la próxima edición de los Óscar, peleando algo más que la obvia nominación como "mejor película internacional". Cuando una película brilla en sus aspectos formales y narrativos siempre llama la atención; pero en este caso la sensación agridulce que deja, hace que nuestra cabeza quiera volver a la película, incluso días despues de haberla visto, y esto es una señal evidente de que ha dejado una huella marcada en nuestro subconsciente cinéfilo, algo de lo que pocas películas pueden presumir.

Sin renunciar a las señas de identidad del cine oriental, cómo esa simbología que se despliega a lo largo de la película en forma de piedras, sótanos y olores, nos regala una puesta en escena con unos planos y un montaje de altísima calidad siempre y al servicio de la intensa trama. Si además la crítica social es tan feroz y mordaz que consigue replantearnos algunas de nuestras más firmes convinciones, entonces el círculo se empieza a cerrar sobre una de las mejores películas del 2019.

Lo mejor: Equlibrio perfecto de géneros, de forma y fondo, de cine oriental y occidental.

Lo peor: Un pequeño bache en el ritmo justo antes de llegar al primer giro de la película

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