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Voto de harryhausenn:
8
Drama. Comedia Biopic sobre Herman Mankiewicz, guionista de 'Ciudadano Kane', que repasa el proceso de rodaje de la obra maestra de Orson Welles, dirigida y estrenada en 1941. La película toma como base un guión escrito por Jack Fincher, padre de David Fincher, antes de morir en 2003. (FILMAFFINITY)
7 de diciembre de 2020
36 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Herman Mankiewicz, Mank para los amigos: hombre de principios, gran alcohólico y mejor guionista. Creador también de la mayor revolución artística que ha dado Hollywood, el guión de Ciudadano Kane. Fincher lleva a la pantalla el proceso de creación de tal mastodóntico libreto y aborda el asunto de una manera muy particular. Mank no es un biopic al uso que narre las vivencias del autor desde su niñez a su cénit, es decir, que no se trata del seguimiento, uno por uno y al pie de la letra, de los distintos pasajes de la vida de un escritor. Mucho menos se trata de la crónica del rodaje del film, y ni siquiera podemos decir que trate de la redacción del guión.

La idea que se desarrolla en Mank es anterior al proceso de mecanografía, pero aún así se aborda una parte fundamental de la escritura, estamos hablando, ni más ni menos, del momento en que se conciben las ideas en la cabeza del artista. Aquello que el pensamiento y la memoria sintetizan para darnos la frase que debemos escribir. Mank se adelanta a la traducción en imágenes y a la transcripción para ir directa a la mente del artista y a sus mecanismos de razonamiento, al origen de Ciudadano Kane.

En muchas ocasiones hemos visto obras que muestran los problemas que surgen al expresarnos artísticamente, principalmente el bloqueo creativo. El quedarse en blanco ante el folio, la falta de inspiración, la pérdida del ingenio, de la chispa que comienza el fuego interno que nos activa. Lo que Fincher nos muestra en esta película es todo lo contrario, es la verborrea interna, la maraña de memorias que se entremezclan en nuestro pensamiento hasta agotarnos físicamente, y que hemos de analizar, canalizar y concretar para poder llegar al concepto, a aquello que vamos a transcribir.

Cada escena es un recuerdo que surge en la pantalla con una mera nota temporal. Se nos da el año en la que transcurre, pero aparece sin ningún contexto, sin información acerca de los personajes que aparecen, sin contarnos de qué problemas están hablando. Fincher extrae el recuerdo tal y como su protagonista lo crea, sin explicación, y esto no hace sino reforzar esa sensación de neblina mental en la que Mank ha de adentrarse para encontrar el hilo de Ariadna del que tirar.

Además, esos recuerdos tal y como se nos presentan se ven influídos por factores externos, sobre todo los sedantes que Mankiewicz utiliza para calmar su síndrome de abstinencia, las angustias que dicho síndrome le provocan y también sus recaídas en el alcohol. De un pasaje a otro aparecemos en una localización totalmente distinta a la precedente, llegamos a cada escena aturdidos por el cambio, confundidos, como si recuperásemos la razón tras la influencia de una borrachera. Una vez que la escena termina, un clásico fundido a negro aparece, es la mente del protagonista que se apaga cuando los calmantes hacen por fin efecto.

Pero eso no es todo. Por si fuera poco, en numerosas ocasiones el entorno en el que transcurre la acción también nos induce un desvarío que nos impide diferenciar la realidad del sueño. En medio de la nada aparece la musa Marion Davies, encaramada a una pira, como un espectro, como un ángel luminoso que escondiera un misterio o una amenaza a la que atenerse. Regia, cual Juana de Arco de Dreyer y provocando, tentando al autor bajo una apariencia dócil, como en Faust de Murnau. En un momento dado, Mank y ella se escapan de una cena para dar un paseo a la luz de la luna en los jardines plagados de bestias salvajes. Monos araña que chillan, enormes jirafas que parecen delirios quijotescos en el momento en que el hombre la compara con Dulcinea del Toboso, la doncella del caballero que creó Cervantes, el máximo revolucionario de la narración moderna. Como guinda para el pastel, los elefantes, símbolo del delirium tremens, entran en escena recordándonos la delgada línea entre la conciencia y la alucinación.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
harryhausenn
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