Quedarse en que esta película trata sobre persecuciones por interminables carreteras del oeste americano, con su protagonista a lomos de su muscle car saturado de caballos sorteando policías y ligándose a bonitas rubias sería injusto.
Este clásico de los 70 es mucho más de lo que en un principio se espera, para empezar lo que más me intrigó fue el ir conociendo las motivaciones del protagonista, puesto de speed hasta las cejas y decidido a conducir hacia california sin levantar el pie del acelerador, motivaciones que nos son reveladas a lo largo de la historia, así como su pasado, muchos han querido ver en la figura de Kovalski a un héroe contracultural que se revela contra el sistema, e incluso es tildado durante la película como el último héroe americano, pero tampoco le haría justicia quedarse con este planteamiento.
Un tercer nivel sería su particular viaje interior. Cuando Kovalski penetra en el corazón del desierto, comienza su particular odisea, una alegoría cargada de símbolos y metáforas personificadas en extraños personajes que tratarán de guiarle a lo largo de su camino, interponerse en el o simplemente apariciones como las de la mujer autoestopista, extraña figura en mitad de la noche, en una de las escenas más misteriosas y bellas de la película.
Extraña mezcla de road movie, lisergia setentera, aire hippie y contracultural y un toque de existencialismo, todo bañado de una increíble banda sonora que fluye de la radio del Dodge Challenger del 70 y se mezcla con el ruido de su potente motor.
Diálogos elegantes, escenas de acción montadas con dinamismo que contrastan con la quietud y belleza de los desérticos paisajes y un final de los que te deja un buen rato pensando.
Una obra de culto... posiblemente si.