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Voto de Chris Jiménez:
8
15 de octubre de 2018
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El miedo y la desconfianza se apoderan de los ciudadanos americanos. No existe promesa alguna de seguridad en un país que siempre ha defendido a sus habitantes y a su bandera con aliento y fuerza.
EE.UU. y la U.R.S.S., dos potencias enfrentadas, enemigas, y, lo más importante, armadas, han llegado a un acuerdo de paz. Inaceptable, pura fantasía de ribetes comunistas. En una semana se procurará desbaratar tal sueño que podría traer la desgracia a la nación.
1.961, el demócrata John F. Kennedy se convierte en presidente, cuando la preocupante Guerra Fría continúa en su máximo apogeo, los cubanos hacen pactos de alianza con los soviéticos, que poseen gran cantidad de armamento nuclear, y se prepara la invasión de la Bahía de Cochinos, que termina en fracaso; momento de tensiones y presunción de una posible y fatal guerra nuclear en la que se inventa una novela que recoge el testimonio de esos días, "Seven Days in May", escrita por los periodistas Charles W. Bailey II y Flecther Knebel, expertos en asuntos de política.
En dicha novela se trataba, mediante ficción pero haciendo uso de un enfoque realista, los conflictos durante la presidencia de Kennedy, la crisis de la Guerra Fría y sucesos en particular que aparecerían representados o mencionados (los actos del general Walker (cuyo álter-ego será Scott), quien tachaba a personalidades políticas de comunistas y adoctrinaba a tropas bajos sus puntos de vista de extrema derecha, que no cesaba de expresar en los medios tras su retiro; la resignación del jefe de personal de Fuerzas Aéreas LeMay por las decisiones de Kennedy durante la crisis de los misiles, reclamando su destitución del cargo, la misma que tiempo atrás se impuso contra Roosevelt por su política "New Deal"...).
La novela de Bailey y Knebel, leída y disfrutada por el propio presidente (más bien temida, teniendo en cuenta que aquello podía ocurrir en realidad), vio su urgente adaptación al cine con un guión firmado por Rod Serling y que sería respaldado por Edward Lewis a través de la productora de Kirk Douglas, quien encabezaría el reparto junto a su amigo Burt Lancaster; para dirigir a estos titanes se contaría con la presencia de un John Frankenheimer cuya popularidad y valía como cineasta se veían incrementadas a raíz de grandes obras como "El Hombre de Alcatraz" y "El Mensajero del Miedo".
En un momento en que el pánico nuclear se trasladaba al cine con serias fábulas del calibre de "Punto Límite" o "El Espía que Surgió del Frío", adaptar "Seven Days in May" era algo casi necesario, donde un tratado de desarme con la Unión Soviética firmado por un presidente que confía en soluciones pacíficas no es bien visto por un pueblo temeroso de un ataque ruso ni por el general James M. Scott, obsesionado con defender a su país de la amenaza comunista. Una trama conspiratoria se organiza para derrocar al Gobierno e instaurar una política que devuelva la seguridad a la nación; el coronel Casey, junto con el presidente y sus ayudantes, sólo dispone de una semana para descubrirla y detenerla.
Dicha trama se sitúa en diez años a la escritura de la novela (en la película se presentan hechos anteriores a los descritos en dicha novela). Frankenheimer, lúcido y directo, en herencia de Stanley Kramer, nos arrastra al corazón de una absorbente intriga conducida por dilemas, atestada de mentiras y traiciones, girando en torno a una carrera contrarreloj que mantiene en tensión constante; aplica su visión, terriblemente sincera, de una situación decisiva: el país podría vivir en paz si mantuviese la fe en la capacidad de unión y colaboración.
Sin embargo ese país está dominado por miedos, a una invasión, a una guerra, al fin y al cabo el miedo nuclear que persiste desde hace tiempo. De esos miedos se alimentan otros monstruos, deseosos de imponer su voluntad sobre una nación asustada que a ojos cerrados acoge sus promesas, siempre que ello garantice su seguridad y supervivencia; un pueblo insatisfecho siempre es más fácil de convencer. El film se aproxima a las dos ideologías, la del presidente Lyman y la del general Scott, dos posturas comprensibles, por supuesto. Los dilemas y conflictos en los que participamos, observando en silencio (impotentes, como el mismo pueblo), se narran con precisión y dureza, siempre desde las dos ópticas.
Esto permite ahondar en la alarmante paranoia expuesta del lado del Bien, la actitud bienpensante, y patriótica, representado en esa secuencia en la que Casey observa desolado el discurso de su admirado Scott por televisión (en Zona Spoiler). La puesta en escena, sobria y elegante, a veces sirviéndose de un realista estilo de documental, provoca en muchos momentos la incertidumbre, un desasosiego en el que el director nos encierra hasta ese conciliador final con Lyman proclamando su discurso de paz. Mientras tanto, se despliegan claves de intriga que aseguran un excelente "thriller" de aires clásicos; Frankenheimer siempre será un clásico moderno.
Pero trama y suspense no funcionarían sin el sólido reparto, con ese terrorífico Burt Lancaster enfrentándose a un Kirk Douglas comedido y soberbio y a un no menos brillante Fredric March, acompañados por secundarios de lujo como Edmond O'Brien, Martin Balsam y George MacReady; por desgracia, el personaje de Ava Gardner está desaprovechado, mal desarrollado, un pretexto para añadir un contrapunto melodramático y romántico entre tanto conflicto político.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Escalofriante y denso como pocos "thrillers", "Siete Días de Mayo" asusta por la convicción de sus imágenes y situaciones, que encierran un mensaje de advertencia cuya línea de separación entre la ficción y la realidad es tremendamente delgada.
A pesar de haberse realizado en un momento delicado concreto de la Historia norteamericana, sigue resultando fresco y actual...
EE.UU. y la U.R.S.S., dos potencias enfrentadas, enemigas, y, lo más importante, armadas, han llegado a un acuerdo de paz. Inaceptable, pura fantasía de ribetes comunistas. En una semana se procurará desbaratar tal sueño que podría traer la desgracia a la nación.
1.961, el demócrata John F. Kennedy se convierte en presidente, cuando la preocupante Guerra Fría continúa en su máximo apogeo, los cubanos hacen pactos de alianza con los soviéticos, que poseen gran cantidad de armamento nuclear, y se prepara la invasión de la Bahía de Cochinos, que termina en fracaso; momento de tensiones y presunción de una posible y fatal guerra nuclear en la que se inventa una novela que recoge el testimonio de esos días, "Seven Days in May", escrita por los periodistas Charles W. Bailey II y Flecther Knebel, expertos en asuntos de política.
En dicha novela se trataba, mediante ficción pero haciendo uso de un enfoque realista, los conflictos durante la presidencia de Kennedy, la crisis de la Guerra Fría y sucesos en particular que aparecerían representados o mencionados (los actos del general Walker (cuyo álter-ego será Scott), quien tachaba a personalidades políticas de comunistas y adoctrinaba a tropas bajos sus puntos de vista de extrema derecha, que no cesaba de expresar en los medios tras su retiro; la resignación del jefe de personal de Fuerzas Aéreas LeMay por las decisiones de Kennedy durante la crisis de los misiles, reclamando su destitución del cargo, la misma que tiempo atrás se impuso contra Roosevelt por su política "New Deal"...).
La novela de Bailey y Knebel, leída y disfrutada por el propio presidente (más bien temida, teniendo en cuenta que aquello podía ocurrir en realidad), vio su urgente adaptación al cine con un guión firmado por Rod Serling y que sería respaldado por Edward Lewis a través de la productora de Kirk Douglas, quien encabezaría el reparto junto a su amigo Burt Lancaster; para dirigir a estos titanes se contaría con la presencia de un John Frankenheimer cuya popularidad y valía como cineasta se veían incrementadas a raíz de grandes obras como "El Hombre de Alcatraz" y "El Mensajero del Miedo".
En un momento en que el pánico nuclear se trasladaba al cine con serias fábulas del calibre de "Punto Límite" o "El Espía que Surgió del Frío", adaptar "Seven Days in May" era algo casi necesario, donde un tratado de desarme con la Unión Soviética firmado por un presidente que confía en soluciones pacíficas no es bien visto por un pueblo temeroso de un ataque ruso ni por el general James M. Scott, obsesionado con defender a su país de la amenaza comunista. Una trama conspiratoria se organiza para derrocar al Gobierno e instaurar una política que devuelva la seguridad a la nación; el coronel Casey, junto con el presidente y sus ayudantes, sólo dispone de una semana para descubrirla y detenerla.
Dicha trama se sitúa en diez años a la escritura de la novela (en la película se presentan hechos anteriores a los descritos en dicha novela). Frankenheimer, lúcido y directo, en herencia de Stanley Kramer, nos arrastra al corazón de una absorbente intriga conducida por dilemas, atestada de mentiras y traiciones, girando en torno a una carrera contrarreloj que mantiene en tensión constante; aplica su visión, terriblemente sincera, de una situación decisiva: el país podría vivir en paz si mantuviese la fe en la capacidad de unión y colaboración.
Sin embargo ese país está dominado por miedos, a una invasión, a una guerra, al fin y al cabo el miedo nuclear que persiste desde hace tiempo. De esos miedos se alimentan otros monstruos, deseosos de imponer su voluntad sobre una nación asustada que a ojos cerrados acoge sus promesas, siempre que ello garantice su seguridad y supervivencia; un pueblo insatisfecho siempre es más fácil de convencer. El film se aproxima a las dos ideologías, la del presidente Lyman y la del general Scott, dos posturas comprensibles, por supuesto. Los dilemas y conflictos en los que participamos, observando en silencio (impotentes, como el mismo pueblo), se narran con precisión y dureza, siempre desde las dos ópticas.
Esto permite ahondar en la alarmante paranoia expuesta del lado del Bien, la actitud bienpensante, y patriótica, representado en esa secuencia en la que Casey observa desolado el discurso de su admirado Scott por televisión (en Zona Spoiler). La puesta en escena, sobria y elegante, a veces sirviéndose de un realista estilo de documental, provoca en muchos momentos la incertidumbre, un desasosiego en el que el director nos encierra hasta ese conciliador final con Lyman proclamando su discurso de paz. Mientras tanto, se despliegan claves de intriga que aseguran un excelente "thriller" de aires clásicos; Frankenheimer siempre será un clásico moderno.
Pero trama y suspense no funcionarían sin el sólido reparto, con ese terrorífico Burt Lancaster enfrentándose a un Kirk Douglas comedido y soberbio y a un no menos brillante Fredric March, acompañados por secundarios de lujo como Edmond O'Brien, Martin Balsam y George MacReady; por desgracia, el personaje de Ava Gardner está desaprovechado, mal desarrollado, un pretexto para añadir un contrapunto melodramático y romántico entre tanto conflicto político.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Escalofriante y denso como pocos "thrillers", "Siete Días de Mayo" asusta por la convicción de sus imágenes y situaciones, que encierran un mensaje de advertencia cuya línea de separación entre la ficción y la realidad es tremendamente delgada.
A pesar de haberse realizado en un momento delicado concreto de la Historia norteamericana, sigue resultando fresco y actual...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Para entender una película como "Siete Días de Mayo" es necesario entender la situación política y social en el momento de su realización, aunque sus mensajes, lecturas e interpretaciones alcanzan un importante grado de permanencia, resultando hoy día, como dije antes, tan actual como entonces.
Uno de los detalles más importantes en el que hace hincapié Frankenheimer es en presentar las dos visiones de los protagonistas, con tal realismo y certeza que acaban resultando igual de comprensibles: la del presidente Lyman, pacifista soñador, y la del general Scott, patriota reaccionario. El primero, como demócrata, obra acogiéndose a las leyes de la constitución y confiando en el diálogo, manteniendo además grandes esperanzas con respecto al futuro ("¡y pensar que podríamos forjar un auténtico paraíso!"), para olvidar los días oscuros de la 2.ª Guerra Mundial, del senador McCarthy, para no tener que volver a ver otro grave conflicto que perjudique a su pueblo.
Scott, sin embargo, está marcado por una rabia interior, sustentada en lo indefensos que están los ciudadanos ante el peligro, y perseguido por una obsesión: defender a su patria y a esos mismos ciudadanos, impotentes, de un Mal, un germen, el comunismo soviético, que lleva a la destrucción y merece ser exterminado. Para él, América nunca ha aprendido de sus errores, y los culpables son sus dirigentes políticos, demasiado débiles, demasiado diplomáticos. En el cara a cara final entre los dos hombres, donde Lancaster y March ofrecen unas actuaciones magistrales, se descubren las cartas: ambos quieren proteger al país, pero la vía de Scott es la de la ilegalidad, con la que Frankenheimer no está de acuerdo.
La paranoia se desata en la escena en la que el coronel Casey observa en silencio el discurso de Scott, y el director nos hace partícipes de ella. McPherson aparece ante el gentío y orgulloso clama su postura ("¡No soy amigo de comunistas! [...] ¡me guía un único interés, el simbolizado por el rojo, blanco y azul de nuestra bandera!"), tras lo que anuncia a Scott con grandilocuentes palabras, como presentando a un auténtico mesías, el que sin duda necesita la nación para sobrevivir, apoyado bajo la bendición de anteriores héroes incomprendidos; Lyman reflexiona melancólico sobre ello ("para algunos fue McCarthy, para otros el general Walker...ahora es el general Scott"), afirmando que esos héroes no son más que hombres a los que la era nuclear destruyó su fe.
Dispuesta en una asfixiante secuencia de planos rápidos, vemos al público aplaudir, gritando, con los ojos casi desorbitados. Tajante, Scott se centra en defender a su país con un amor ferviente, sus palabras son las que quiere oír una nación asustada e insatisfecha con las decisiones del presidente; Casey, desolado, es testigo del horror: sabe que el general, un hombre al que respeta y admira, ciego de poder, que se ve a sí mismo como un auténtico benefactor de la Humanidad, desea gobernar, y será fácil, pues en su mano tiene el apoyo del pueblo, que acoge con los brazos abiertos su aplomo y entereza.
Al principio del film, una hilera de misiles se dispone ante la Casa Blanca, que se transforman después en la valla de la propiedad. Un comienzo dispuesto como un mal presagio.
Norteamérica es una nación armada, y si un dictador militar gobernase en ella, ¿que misión tendrían dichos misiles?, ¿qué destino aguardaría al pueblo?
Uno de los detalles más importantes en el que hace hincapié Frankenheimer es en presentar las dos visiones de los protagonistas, con tal realismo y certeza que acaban resultando igual de comprensibles: la del presidente Lyman, pacifista soñador, y la del general Scott, patriota reaccionario. El primero, como demócrata, obra acogiéndose a las leyes de la constitución y confiando en el diálogo, manteniendo además grandes esperanzas con respecto al futuro ("¡y pensar que podríamos forjar un auténtico paraíso!"), para olvidar los días oscuros de la 2.ª Guerra Mundial, del senador McCarthy, para no tener que volver a ver otro grave conflicto que perjudique a su pueblo.
Scott, sin embargo, está marcado por una rabia interior, sustentada en lo indefensos que están los ciudadanos ante el peligro, y perseguido por una obsesión: defender a su patria y a esos mismos ciudadanos, impotentes, de un Mal, un germen, el comunismo soviético, que lleva a la destrucción y merece ser exterminado. Para él, América nunca ha aprendido de sus errores, y los culpables son sus dirigentes políticos, demasiado débiles, demasiado diplomáticos. En el cara a cara final entre los dos hombres, donde Lancaster y March ofrecen unas actuaciones magistrales, se descubren las cartas: ambos quieren proteger al país, pero la vía de Scott es la de la ilegalidad, con la que Frankenheimer no está de acuerdo.
La paranoia se desata en la escena en la que el coronel Casey observa en silencio el discurso de Scott, y el director nos hace partícipes de ella. McPherson aparece ante el gentío y orgulloso clama su postura ("¡No soy amigo de comunistas! [...] ¡me guía un único interés, el simbolizado por el rojo, blanco y azul de nuestra bandera!"), tras lo que anuncia a Scott con grandilocuentes palabras, como presentando a un auténtico mesías, el que sin duda necesita la nación para sobrevivir, apoyado bajo la bendición de anteriores héroes incomprendidos; Lyman reflexiona melancólico sobre ello ("para algunos fue McCarthy, para otros el general Walker...ahora es el general Scott"), afirmando que esos héroes no son más que hombres a los que la era nuclear destruyó su fe.
Dispuesta en una asfixiante secuencia de planos rápidos, vemos al público aplaudir, gritando, con los ojos casi desorbitados. Tajante, Scott se centra en defender a su país con un amor ferviente, sus palabras son las que quiere oír una nación asustada e insatisfecha con las decisiones del presidente; Casey, desolado, es testigo del horror: sabe que el general, un hombre al que respeta y admira, ciego de poder, que se ve a sí mismo como un auténtico benefactor de la Humanidad, desea gobernar, y será fácil, pues en su mano tiene el apoyo del pueblo, que acoge con los brazos abiertos su aplomo y entereza.
Al principio del film, una hilera de misiles se dispone ante la Casa Blanca, que se transforman después en la valla de la propiedad. Un comienzo dispuesto como un mal presagio.
Norteamérica es una nación armada, y si un dictador militar gobernase en ella, ¿que misión tendrían dichos misiles?, ¿qué destino aguardaría al pueblo?