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Voto de Chris Jiménez:
6
Thriller. Drama Jennifer Haines, una atractiva y brillante abogada, tiene que defender a David Greenhill, un playboy acusado del brutal asesinato de su millonaria esposa. Al principio Jennifer es seducida por el refinado encanto de David, pero pronto descubre los secretos de su cliente. (FILMAFFINITY)
2 de enero de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ella le pregunta: "¿Por qué...por qué te quitaste los guantes antes de matarla?". Él le responde: "Sentía más placer. Matar con los guantes sería...como joder con condón".
El momento decisivo de esta trama cuyo suspense circula entre juicios que nos viene a indicar que esta abogada tan sagaz e inteligente ha cometido un grave error...defender a un gran pedazo de cabrón.

Para el que se conozca el cine del americano Sidney Lumet ya sabrá de sobra que el inmiscuirse en dramas y "thrillers" desarrollados entre juicios y juzgados siempre ha formado parte de su filmografía, desde el inicio de ésta, cuando se estrenó con el clásico "Doce Hombres sin Piedad", y ha permanecido a lo largo de los años como una de sus grandes obsesiones, demostrando el hombre su habilidad para el género con títulos tan sobresalientes como "Veredicto Final" o "La Noche cae sobre Manhattan".
Con "El Abogado del Diablo", ya contando 69 tacos sobre sus hombros, este veterano todoterreno decide ponerse al frente de una producción escrita por el guionista/director Larry Cohen, especialista de la serie "B", sobre todo en los géneros de terror y ciencia-ficción (contando en su haber con la fascinante trilogía de "Maniac Cop"), que navega a medio camino entre el drama judicial más clásico y ese "thriller" de toque oscuro y ambiguo que tanto pegaba en la década de los '90 a raíz del tremendo éxito que generó el "Instinto Básico" de Verhoeven.

Empezando con unos créditos iniciales muy "hitchcockianos", Lumet desarrolla una trama bien construida, pese a su aspecto de formato televisivo de sobremesa, cimentada sobre el obvio magnetismo de la pareja protagonista, donde tenemos un suspense que se va incrementando en tanto en cuanto esa peligrosa relación abogada-acusado que establece el personaje de Greenhill por su propia cuenta va estrechándose, haciéndose cada vez más amenazante para Jennifer.
En mitad de este juego de seducción donde el papel del clásico casanova se desmitifica, e incluso se transforma en una parodia del mismo, y en el que la mujer queda convencida de la mala decisión que ha tomado por culpa de su ambición, Lumet, como de costumbre, aprovecha para plantar una crítica al erróneo proceder de ese sistema judicial estadounidense tan injusto e hipócrita, aunque esta vez dicha crítica le sale más mordaz que amarga. No encontré realmente ninguna queja en este intrigante film tan vapuleado en su momento hasta que llegaron los dos fallos que me hicieron comprenderlo todo; no es la primera vez que vemos cómo una obra de suspense de desarrollo perfecto se ha ido al traste por culpa de malos giros en el argumento.

La ambición por querer salir siempre victorioso puede acarrear consecuencias sumamente trágicas, y precisamente ese es el punto débil de Jennifer Haines, una atractiva y siempre resolutiva defensora de la ley que no para hasta ganar un caso. Mientras ella asiste a sus juicios permanece ignorante de que un misterioso individuo siempre está observándola, y por giros del destino este hombre llamado David Greenhill, un atractivo y auténtico caradura cuyo oficio, en sus propias palabras, es vivir de las mujeres, se mete de forma inesperada en la vida de la abogada cuando es acusado falsamente del asesinato de su esposa.
De primeras ella, atenta a que no se le escapen buenas oportunidades cuando se le presentan, decide defender a ese donjuán enamorado de sí mismo; el que sea inocente o culpable está en el aire, pero los problemas empiezan cuando él intenta seducirla con sus armas de galán empedernido. No puede abandonarle, se consideraría una grave negligencia. Jennifer está atada de pies y manos, así que debe atender a su deber protegiendo a Greenhill de todas las acusaciones...aunque la sospecha de su culpabilidad se convierta en una certeza cada vez más plausible.

"El Abogado del Diablo" cuenta, efectivamente, con dos vueltas de tuerca en su guión que joden totalmente la historia: la primera cuando queda desvelada la duda de si Greenhill es o no culpable mucho antes de que acabe la película, y la segunda ese final tan fácil, precipitado, absurdo e increíble que convierte a un film hasta ese momento casi perfecto en un producto previsible y desaprovechado.
Al eternamente carismático Don Johnson el papel de seductor caradura y golfo le viene como anillo al dedo, llevándose frases verdaderamente impagables y compartiendo pantalla con la eficaz Rebecca de Mornay, que una vez más me sorprende con su actuación. Howard Shore brinda su buen hacer en la banda sonora y Andrzej Bartkowiak en la fotografía, y si tras la cámara no estuviera alguien de la experiencia del director la película no poseería la misma fuerza que tan bien sabe imprimirle éste. Lástima el final...un ilustre patinazo para Lumet.

A todo esto, véanla en idioma original, porque el doblaje de los dos protagonistas es nauseabundo a más no poder (luego se quejan del de "El Resplandor"). El personaje de Johnson pierde ese toque amenazante y a Rebecca de Mornay le ponen una voz aguda y chirriante que es de lo más detestable.
Chris Jiménez
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